jueves, 28 marzo 2024
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¡Todos los derechos para la cúpula!

La macolla, aunque tiene entre sus principios la lucha contra la propiedad privada, se adueña de todo lo que encuentra allí donde reina. Porque, ciertamente, más que gobernar, los comunistas se coronan.

En materia de deberes y derechos, el socialismo del siglo XXI es un calco de todas las tiranías de izquierda que la humanidad se ha visto obligada a sufrir. Lo primero: todos los derechos le pertenecen a la cúpula aterrajada en el poder, y los deberes son de cumplimiento obligatorio para ese comodín llamado pueblo, con el que los “sociolistos” se enjuagan la boca cada vez que espetan su ristra de tópicos, depositados en uno de los hemisferios del cerebro que dicen tener. Ese pueblo -definido por el DRAE en su cuarta acepción como gente común y humilde de una población- justifica su existencia porque soporta sobre su escuálido cuerpo todos los deberes, para proporcionarle los goces, dichas, placeres y comodidades que la élite dominante reclama para sí y que hegemoniza de manera escandalosa.

La macolla, aunque tiene entre sus principios la lucha contra la propiedad privada, se adueña de todo lo que encuentra allí donde reina. Porque, ciertamente, más que gobernar, los comunistas se coronan. Se atavían con su capa rojo sangre, empuñan el cetro e imperan por siempre jamás. Eso sí, pasando por encima de la destrucción institucional que perpetran, y de la muerte -civil o física- a la que condenan a todo aquel mortal que se interponga en su camino hacia la cima del poder.

A pesar del pajonal de la igualdad, rápidamente, marcan distancia de la plebe a quien tratan peor que a los animales. Estos últimos son consentidos al extremo, en especial si son caballos pura sangre, perros de raza o bovinos con pedigrí, adquiridos para mejorar los rebaños de su propiedad, que atesoran y miman en sus ranchitos de miles de hectáreas, dotados de piscinas, gimnasios y discotecas. También tienen cientos de peones y leales capataces. Cuando escribo estoy pensando en Alejandro Andrade, a quien el paracaidista dejó tuerto cuando jugaban con chapitas de Coca-Cola, y en el sociólogo revolucionario Elías Jaua. Potentados los dos. Insaciables latifundistas, como los señores feudales de tiempos pretéritos, cuando la tenencia de la tierra era el barómetro de la riqueza.

Los socialcomunistas prometieron el paraíso en esta tierra de gracia, pero tenemos más de veinte años consumiéndonos en un verdadero infierno. Nos ahogamos con el humo de la leña usada para cocinar los pocos e insalubres alimentos, que podemos comprar -con los salarios de hambre que devengamos- en los mercados corruptos del “clapsismo saabista”. Hasta respirar es un desafío en esta Venezuela, convertida en una gehena donde el castigo es infinito para el pueblo. Mientras la macolla rapaz se apropia de todos los derechos que tienen que ver con el buen vivir, que ellos traducen como una vorágine orgiástica, opulenta y excluyente en la que se sumergen, poseídos por una incontrolable desmesura revolucionaria.

Aquel montón de paja de la distribución equitativa de la riqueza sirvió para embrutecer y fanatizar a un electorado deseoso de tragarse “cuanto cuento” de camino le pusieran por delante. Lo creyeron todo y eligieron a una camarilla de comunistas -vagos y resentidos- que al posesionarse le hicieron saber a los votantes quién era el chivo que más miccionaba en este territorio, ya entregado a Fidel por el redentor de Sabaneta desde 1994. De tal manera, que la distribución en este castrocomunismo fue así: las riquezas para el barbudo cubano y para la cúpula domesticada de la soberana patria bolivariana, y las migajas, desperdicios, sobras desechos, misiones y bonos para el resto de los venezolanos. ¡Más equitativos, imposible!

¿Alguna duda sobre quién es dueño de todos los derechos? En la podrida y adiposa cúpula cívico-militar los tipos comen mucho, y lo hacen como si estuvieran en el Maxi’m de París. Mientras la gran mayoría -que estimo en un 80%- ingiere una cantidad insuficiente de proteínas. Ellos -los potentados y enchufados- van a las mejores clínicas, en tanto que la casi totalidad de los venezolanos no cuenta con un seguro que cubra los costos mínimos de una emergencia médica. La élite tiene toda la seguridad, blindaje hasta en las camisas y viven en fortalezas, pero el grueso de los compatriotas debe esconderse para que no lo asesinen los delincuentes ni los órganos de seguridad de esta criminal dictadura, muy eficiente en la consumación de ejecuciones extrajudiciales. Tan lacerados están nuestros derechos, que la socialista Michelle Bachelet ha refrendado un informe que supera las 400 páginas, con una detallada descripción de crímenes de lesa humanidad. Lo que me obliga a pensar: si no tenemos derecho a la vida todos los otros derechos pierden su razón de ser.

Agridulces

¿Qué tal una campaña electoral a punta de mortadela? ¿Cuántas serán necesarias para elegir a un diputado? Barrunto que ese poder legislativo será un embutido harto peligroso: deletéreo para el cuerpo social como todo lo que proviene de esta satrapía.

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