miércoles, 17 abril 2024
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Qué tal si nos encontramos

Paralizarnos no puede ser una salida, aislarnos tampoco. Necesitamos de una cultura del encuentro. Cómo avanzar en ella. Escuchar, entender, tener empatía, extender la mano para ayudar o para pedir ayuda. Nos necesitamos unos a otros.

@luisaconpaz

La angustia, la acumulación de problemas, el distanciamiento físico, puede meternos en una especie de pantano social, y un pantano, ya sabemos, es agua estancada. En un pantano el agua no fluye. En cambio, en una corriente, como un río, un riachuelo, el agua corre y se oxigena y eso alimenta la vida.

Esta prolongada cuarentena en una Venezuela en la que ya estábamos en una situación de Emergencia Humanitaria Compleja, no nos puede paralizar. Sería como echarnos a morir lentamente. Necesitamos movernos, necesitamos oxígeno, necesitamos encontrarnos.

El papa Francisco ha insistido mucho en esto de la cultura del encuentro. Frente a la cultura de la indiferencia, del no ver más allá que a mí misma, la cultura de la discriminación y de pensar que el diferente a mí puede ser desechable, hay que construir una cultura del encuentro, en donde el otro tiene un valor y tiene algo que aportarme.

Cultura del encuentro no es simplemente un concepto, es una manera de concebir la vida, la manera de relacionarnos con los otros. La cultura del encuentro es aquella que hace que reconozcamos al otro como alguien que importa, que reconoce que el otro existe, con su identidad, y que si tenemos los sentidos afinados, seguro encontraremos elementos positivos en ese diferente.

Encontrarnos es algo más que pasar al lado del otro, no es ver, es mirar, no es oír, es escuchar al otro. Si logramos “encontrarnos” con un niño pequeño, por ejemplo, sabremos que hay que protegerlo, que dependerá de nosotros para comer y satisfacer sus necesidades, pero él también nos aporta, por ejemplo, alegría, ternura. ¿Quién no se conmueve ante la sonrisa o la risa de un pequeño? Cierre los ojos y recupere alguna escena de un niño sonriendo, ¿No le contagia esa sonrisa? Cuando uno sonríe o se ríe, se distiende. ¿Y la sonrisa y la ternura no están haciendo falta en esta cuarentena?

La primera vez que me encontré con maestros y alumnos de una comunidad indígena poco contactada, o sea, que mantenían sus costumbres ancestrales, en medio de la selva, al sur del estado Bolívar, me impresionó gratamente el trato pacífico entre los chicos, la sencillez de sus casas, la poca acumulación de decenas de cosas innecesarias, como es el caso de la cultura occidental, consumista, la convivencia fraterna con animales tales como los monos y con la naturaleza. Me dije, “tengo que aprender mucho de ellos, quiero aprender mucho de ellos”. Es verdad, también carecían de medicinas para ciertas enfermedades, querían tener paneles solares para tener electricidad, querían que su escuela la reconociera el Ministerio de Educación. Nos encontramos, pues.

Ya se ha dicho que esta pandemia ha puesto al descubierto la fragilidad de los seres humanos. Un virus ha puesto en peligro a todo el mundo. No es una expresión, es textualmente así: ¡Todo el mundo!, pobres y ricos, plebeyos y gente de la “realeza”, desconocidos y famosos. Unos con más vulnerabilidad que otros, pero todos en riesgo.

Esta pandemia, con su cuarentena y medidas de distanciamiento físico, nos ha hecho ver cuánto necesitamos de los otros. Los niños y niñas, que se quejaban para levantarse para ir a la escuela, hoy piden el regreso a las clases presenciales porque, como bien dice Francesco Tonucci, les hacen falta sus compañeros y hasta echan de menos a sus maestros. Sabemos, para seguir con las escuelas, que la educación a distancia no es igual que la educación presencial, la función socializadora de la escuela es muy importante. Verse, oírse, relacionarse para aprender, para jugar, para reírse, es parte de la educación.

Pienso que la cultura del encuentro requiere de 4 E: escuchar, entender, empatía y extender la mano.

Escuchar: escuchas -no simplemente oyes- al que es importante para ti, aunque no estés de acuerdo con todo lo que dice. Escuchas sus tonos, sus silencios, pones atención porque te interesa, escuchas al que reconoces su existencia. Le das un valor.

Entender: encontrarse con el otro, sin juzgar sus intenciones, detectar sus emociones y sentimientos. Si el niño llora, ¿por qué llora? No todos los llantos son por lo mismo. Si el otro está molesto, ¿qué le pasará? Y entender tiene que ver con la empatía, poder ponerse en el puesto del otro. Sentir lo que el otro siente.

Extender la mano. La cultura del encuentro tiene que aterrizar en la solidaridad, que no es asistencialismo, que es la disposición a ayudar al que necesita. Solidaridad no es necesariamente dar dinero o algo material. Un niño puede requerir que partan de sus intereses para las propuestas de aprendizaje; un compañero de trabajo le vendría bien un saludo fraterno, saber que se acuerdan de él…

Me encantaría pensar que hubiese un encuentro entre los que toman las decisiones en este país, a favor de todos los venezolanos. No tendría que quererse, pero al menos reconocerse.

No tiene que ver con una E, pero pienso que el Padrenuestro es la oración por excelencia de la cultura del encuentro. Fíjense que decimos “padre nuestro” y no “padre mío”, o sea que de entrada nos aceptamos como hermanos y no como extraños.

El próximo viernes 29 de mayo, la RASI, Red de Acción Social de la Iglesia, está convocando al XI Encuentro de Constructores de Paz. Este año en versión virtual dadas las circunstancias. El tema: “renacer desde la solidaridad”. Nos vendría bien un encuentro en un país en aislamiento por la pandemia y por la acumulación de problemas que a veces no nos dejan mirar más allá de nuestro metro cuadrado.