viernes, 29 marzo 2024
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Los progres: el progresismo como pose

Son ellos los herederos de la ética izquierdista de los académicos e intelectuales, y es desde ese manual que le pretenden explicar realidades que les son ajenas.

De los progres se ha dicho que son los socialistas de este milenio, una versión del marxismo que debió renovarse para acometer las luchas contra la desigualdad y los males de la crisis financiera del 2008. Han sido también descritos desde su interés por causas justas y se puede decir, que se trata de un concepto en construcción.

Son ellos los herederos de la ética izquierdista de los académicos e intelectuales, y es desde ese manual que le pretenden explicar realidades que les son ajenas. Por eso hace tanto ruido, por ejemplo, que personalidades del arte y el entretenimiento con status privilegiados y cuentas milmillonarias, de repente se rasguen las vestiduras por dictaduras de izquierda como la de hoy en Venezuela.

Muchos progres son producto de las universidades. Dedicadas a formar gente sensible y crítica ante los males del mundo, parecen más bien estar creando a un individuo de poses altruistas y escasa visión de su alrededor.

Porque la izquierda efectivamente tuvo y tiene aún una influencia avasalladora en muchas universidades del mundo, lo que ocurre específicamente con el sistema de valores, y una ética que se ha dado por sentada e indiscutible. Y es comprensible que ello haya ocurrido: en el camino de la racionalidad científica y el ateísmo, la academia debió abrigar una ética filosófica no religiosa. Por eso el atractivo del marxismo en la formación de actitudes de solidaridad con los pobres, desposeídos y marginados. Comprensible la situación, pero con esa postura también se abrieron las puertas a otros dogmas y a la politización.

Hay ejemplos. Tengo una amiga que tuvo un shock con esa realidad cuando comenzó a estudiar en una de las universidades prestigiosas del país. Egresada con notas sobresalientes de un liceo de San Félix, un día recibió su hoja de examen tachada y reprobada al punto de que ya se veía viajando en un autobús de regreso a casa. Me cuenta ella que en medio de la desesperación y el llanto, se encontró a un compañero de estudio con quien comparó las notas y el contenido, y aun así seguía sin entender tanto ensañamiento en su contra. Su amigo sonrió al leer sus respuestas y le dijo: “tu respuesta está bien, sólo tienes que decirlo desde el marxismo”. A partir de allí mi amiga adoptó la estructura narrativa que su amigo le indicó en quince minutos de encuentro y más nunca reprobó ningún examen.

Supongo que los estudiantes de ingeniería nunca se han tropezado con semejante piedra, pero entre tabúes y vetas, en algún momento sale a flote la ética invisible de la parcialidad política.

Esos episodios no pueden ser tomados con ligereza. Las posturas de izquierda han intentado seriamente deslegitimar a Rómulo Gallegos y a Andrés Bello. Para citar a Octavio Paz, por ejemplo, hay que estar preparado para alguna embestida. Normalmente, la ética académica de muchas universidades se opone a unos autores y aúpa a otros basados en si es de derecha o izquierda y caen así en reduccionismos. En una ocasión, alguien me increpó el haber citado a C.S. Lewis en un texto a lo que respondí: “Cité también a Simone de Beauvoir. ¿Algún problema?”.

Ahora bien, no niego que parcialidades a la inversa pudieren también ocurrir, pero lo curioso es que hasta universidades de élites económicas adoptan las posturas de izquierda. Y aunque en ese contexto se refleja una justicia, se me antoja que esa formación se traduce en superficialidad y poses. ¿Es acaso ésta solidaridad social una forma de la caridad del rico, como denunciaba Luis Buñuel en sus cintas?

Como decía al inicio, esa formación universitaria puede explicar las solidaridades de muchos que ahora llaman progres, y pone al descubierto la dificultad de las universidades en explorar dentro de sus propias entrañas.

Muchos conocimientos y, al mismo tiempo, mucha frescura en la mirada, eso se requiere para ver la realidad. La sabiduría del filósofo y la inquietud del niño. La quietud del monje. La imaginación poética. A veces creo que las universidades no pueden solas con tanto.