jueves, 28 marzo 2024
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¿Hablar para pelearnos o para entendernos?  

Se supone que los humanos hablamos para informarnos, para entendernos, para resolver problemas, pero a veces lo hacemos tan mal, que, en vez de comunicarnos y resolver, terminamos peleando. | Foto @NicolasMaduro

@luisaconpaz

“Y llegó mi hijo del liceo, con una hoja de examen, con un 09. Yo me puse furiosa, y le eché un gran regaño. Cuando por fin terminé, mi hijo me dijo que ese examen no era de él, sino de un compañero que no había ido a clases y el profesor, sabiendo que vivía cerca, le pidió que se lo entregara. ¡Me sentí muy mal! He debido preguntar primero y dejarle hablar antes de hacer nada”. Recuerdo ese comentario de una madre de un centro de Fe y Alegría de Petare. ¡Juzgó antes de tener la información necesaria! ¿No le ha pasado mucho eso a usted también?

Si una persona lo que quiere es pelear con otra, para eso está el ring de boxeo, los que allí se montan han decidido pelear, saben que van a eso: a golpear, a atacar al otro. Sí, ya sé que eso es un “deporte”, que no me gusta por cierto, pero lo que quiero es destacar que ya se sabe que a eso se suben los contrincantes: a pelear. Pero, ¿eso es lo que queremos cuando hablamos con otros?

En las relaciones interpersonales se supone que la gente se comunica para resolver un problema, o conseguir una información, o incluso, hacer un reclamo ante lo que uno considera ha sido una injusticia. Sin embargo, ¡cuántas veces una conversación no termina empeorando la situación!

Lo que describo, muy brevemente, a continuación, son los pasos de la “comunicación para la convivencia”, según Marshall Rosenberg, y que Serena Rust (*) detalla en su libro Cuando la jirafa baila con el lobo: Cuatro pasos hacia una comunicación empática y no violenta (Rust, 2015).

El primer paso es “observar sin juzgar”. Yo diría que es condición indispensable para entenderse, pues si usted prejuzga, lo que venga, lo verá como negativo, ya se pone usted en contra de lo que el otro diga. “La vecina está brava conmigo. Casi me tropieza y no me saludó”, y tal vez la vecina no la reconoció porque con esa mascarilla es difícil reconocer al otro, o tal vez estaba preocupada porque lleva días sin agua… en fin, nada que ver con disgusto con usted. La autora que nos guía nos dice que todos tenemos dentro un componente de lobo –que ataca– y uno de jirafa –que mira más allá, que busca la empatía– y hay que ver cuántas veces dejamos que el lobo que llevamos dentro sea el que domine. Si observamos sin juzgar, escucharemos mejor al otro y estaremos en mejores condiciones para llegar a un acuerdo.

Segundo paso: sentir sin interpretar. Reconocer y entender los sentimientos, los nuestros y los del otro. ¿estoy brava? ¿dolida? ¿Y el otro? En el ejemplo, real, que anoté al principio, la madre estaba muy brava, ante lo que consideraba una falta del hijo, y el joven se sentía injustamente tratado por ese regaño sin merecerlo.

Tercer paso: necesidades en lugar de estrategias. Conectarnos con las necesidades del otro, y con las nuestras también. ¿Qué quiero? ¿Reconocimiento? ¿Qué quiere el otro? ¿Ser escuchado? Siguiendo con el ejemplo que anoté al principio, la madre necesitaba una explicación de la supuesta mala nota del hijo, y el adolescente necesitaba defenderse.

Cuarto paso: pedir en lugar de exigir. Este paso supone expresar con claridad qué queremos. Nada de estar rezongando –muy propio de las madres y que de paso es absolutamente inútil- sin añadidos. “Lava los platos cuando termines”, o “a los hermanos se les trata con cariño, nada de golpes”. Petición con claridad.

¿Practica usted estos pasos? ¿Quién suele ganar, su lado lobuno o su componente de jirafa? Le propongo que se examine y vaya trabajando uno a uno con su entorno más cercano, verá cómo mejoran sus relaciones.

Claro, uno aspiraría que los que supuestamente se van a sentar en México para hablar sobre el país aplicaran estos principios, en aras del bien común, en aras del bien de la mayoría de los venezolanos, que está sufriendo. En el caso de esas personas que se sentarán, les pediría, uno, que tomen en cuenta las necesidades y sentimientos de los venezolanos, de esos casi 6 millones que se han ido buscando horizontes, de los que millones que quedamos y que cada día debemos saltar obstáculos diversos para seguir viviendo, que esas necesidades y esos sentimientos, puedan ser tomados en cuenta, por el bien común.

Hago un ejercicio de imaginación sobre el petitorio que haría la mayoría de los venezolanos: lleguen a acuerdos por el bien de todos, paren la hiperinflación, reactiven la economía, mejoren los servicios públicos, reactiven la producción de combustible, implanten un plan de vacunación, garanticen el derecho al libre tránsito, que les den a los médicos y los maestros un salario digno, que pongan los intereses de la mayoría por encima de los intereses personales, que sean coherentes, que no insulten al otro, que no los descalifiquen…

En fin, ni usted ni yo iremos a esa mesa de negociación en México, pero tenemos nuestras propias “mesas de conversación” con la familia, con los vecinos, con los compañeros de trabajo… es mucho lo que podemos hacer a favor de la sana convivencia.