viernes, 29 marzo 2024
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El investigador que enloqueció de tanto leer revistas

Del 28 al 30 de junio se realizaron las V Jornadas de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, capítulo Venezuela). En ese encuentro de investigadores y creadores se pensó al país desde variados oficios y puntos de vista. Esta es una versión resumida del trabajo que presenté en esa ocasión.

@diegorojasajmad

Recuerdo la primera revista a la cual me acerqué con afán de investigador. Era el año 1995, cursaba mi segundo semestre de la carrera, y por suerte había encontrado un trabajo como becario en una biblioteca que resguarda valiosos documentos que datan del siglo XVII.

Por aquel entonces me interesaban las revistas literarias venezolanas de la primera mitad del siglo XX y por suerte di con Arquero, de 1932, una muy interesante publicación que muestra otra faceta de los discursos vanguardistas venezolanos de aquel entonces. Yo revisaba ejemplar tras ejemplar de aquella revista, me admiraba por la disposición de los textos, su tipografía, y luego de revisar sus casi veinte o treinta números (ya no recuerdo cuántos) me puse a pensar que lo que acababa de hacer yo, la búsqueda de algún autor o tema particulares dentro de la revista, eso mismo tendría que hacerlo el siguiente investigador con cada uno de los ejemplares.

En ese momento entendí la enorme utilidad que tendría el que existiese una detallada lista de autores y temas que conforman la revista Arquero. Eso haría ganar tiempo al siguiente investigador y, además, se preservarían adecuadamente las publicaciones del uso constante, pues ya no se tendría que solicitar la colección completa sino solo el ejemplar donde se encuentra el dato deseado.

Allí descubrí la importancia de los índices y emprendí la tarea de hacer el de la revista Arquero. Un índice tanto por autor como por tema y en el cual se señalase una breve descripción del contenido de cada artículo, publicidad e imagen. Para poner manos a la obra en la tarea de hacer un índice de la revista Arquero tuve que buscar modelos de índices anteriores y me topé con una tradición de este tipo de estudios en el país, tradición breve pero significativa. Índices de El Cojo Ilustrado, de La Alborada, de la revista Cultura Venezolana, de Contrapunto, entre otros, todos ellos me mostraron su utilidad, sus técnicas, sus aciertos y omisiones en su elaboración, y me hicieron ver además el abandono de esta labor en las revistas publicadas luego de la década de los 70 y 80 en adelante.

Con eso descubrí en mis primeros semestres de la carrera que una tarea importante de los investigadores es la sistematización, y los pasos iniciales de toda institución que se dedique a la investigación literaria, a la creación de saber sobre la literatura, debe comenzar por esa fase fundamental de la sistematización. No podemos investigar sobre las obras de nuestro país si no tenemos acceso a las ediciones correspondientes y menos, en el caso de las publicaciones periódicas, si no se facilita la búsqueda de información con los índices que ordenen el contenido de sus páginas.

Eso aprendí con esa primera y ya lejana experiencia de investigación de revistas. Allí, en esa biblioteca, me contagié de la pasión por el papel viejo y amarillento, del trabajo de archivo, y la recurrente lectura de viejas publicaciones periódicas me hizo entender algo que sigo manteniendo hasta el día de hoy: que una biblioteca no es solo un depósito de papeles sino que además debe tener como función el generar datos, construir una red de sentidos con esos papeles que resguarda.

Con ese paso previo de la sistematización podemos alcanzar el siguiente nivel, el de tejer madejas de discursos, enlazarlas entre sí para construir constelaciones que dibujen las figuras de nuestra cultura.

Otra de las revistas literarias venezolanas que he investigado y de la cual aprendí mucho fue Válvula, aquella mítica publicación de un solo número, de 1928 y que, según se dice, vino a inaugurar las publicaciones periódicas de vanguardia en el país. Con Válvula tuve una experiencia que vale la pena ser contada y de ese relato personal podríamos sacar dos lecciones más: la de la preservación y difusión.

La revista Válvula se menciona en todas las historias y estudios de la literatura venezolana. No hay clase de literatura venezolana en la cual no se hable de ella. Sin embargo, siempre me daba la impresión de que esas clases eran una suerte de charlas de metafísica, pues se hablaba de lo que nadie había logrado ver. Eso mismo me sucedió en pregrado. El profesor reflexionaba acerca de Válvula y su relevancia, y nosotros de la revista solo conocíamos la reproducción de la portada encontrada en un viejo manual. ¿Cómo es posible comprender o construir un sentido sobre la propuesta de esas publicaciones si no tenemos acceso a ellas?

Hace 10 años aproximadamente, y aún con aquel recuerdo de pregrado, me propuse, en compañía de otro amigo, encontrar la revista Válvula para hacer con ella una edición facsímil. La búsqueda no fue fácil y tras cada archivo que visitábamos y tras cada pista que nos daban y que siempre nos llevaba a un callejón sin salida, reforzaba la idea de preservar y difundir nuestras revistas literarias. Solo fue posible encontrar un ejemplar de la revista en la Biblioteca Nacional, en Caracas, quizás el único ejemplar que existe en el país, y no fue fácil dar con él pues aunque en el fichero se indicaba su existencia, la revista no estaba en el lugar correspondiente.

Luego de varias semanas de búsqueda la hallamos, y en muy mal estado. Cada vez que pasábamos sus páginas, pedazos de papel se quedaban en nuestras manos y, después de mucho conversar y tratar de convencer al personal y a los directores de la institución, nos permitieron escanearla con los cuidados respectivos.

Por suerte se pudo hacer la edición facsímil en conjunto con el Instituto de Investigaciones Literarias Gonzalo Picón Febres de la ULA y la Universidad de Guayana; de no haberlo hecho, estoy seguro de que al día de hoy ese único ejemplar se habría desintegrado y seguiríamos con nuestras clases de metafísica.

Resguardar y poner el archivo de revistas literarias venezolanas al alcance de los investigadores interesados, con ayuda ahora de las tecnologías de la información, hará que el saber sobre nuestra literatura siga en aumento.

Si de Válvula se dice que fue la primera revista de vanguardia, la revista Cantaclaro, de 1950, vendría a inaugurar las publicaciones culturales vanguardistas de izquierda en el país. Cantaclaro, dirigida por Miguel García Mackle, Jesús Zambrano, José Francisco Sucre y Augusto Barrios, tuvo un solo número de existencia y este ni siquiera pudo salir de la imprenta pues todo el tiraje fue decomisado por los esbirros de la Junta Militar que gobernaba al país en aquel entonces. Algún ejemplar pudo salvarse de ese decomiso y en ese único número encontramos artículos de Juan Liscano, Rafael José Muñoz, Francisco Pérez Perdomo, Guillermo Sucre, Jesús Sanoja Hernández, entre otros. Ese grupo de jóvenes escritores tuvo la osadía de hacer una revista a la cual pusieron el nombre de una novela de Rómulo Gallegos y además incluyeron una fotografía del autor de Doña Bárbara en la portada. Digo que es una osadía pues debemos recordar que la Junta Militar que gobernaba había derrocado al mismo presidente Gallegos.

Cantaclaro es la más reciente revista que he investigado y de ella también pude sacar una lección. Usualmente nos acercamos a las revistas para desmembrarlas, para analizar los textos aislados de su marco de publicación, sin importar la tipografía en la cual se nos presenten esos textos, sus ilustraciones o la red invisible que teje con los otros textos de la misma revista. Desde una visión textocéntrica, o mejor dicho librocéntrica, privilegiamos al discurso homogéneo y de un solo autor.

Al intentar analizar una revista nos quejamos, como lo hizo Benedict Anderson, y decimos como él que “Leer un periódico (o en este caso una revista) equivale a leer una novela cuyo autor ha abandonado toda idea de una trama coherente”. Y allí está la cuarta lección que quiero compartir con ustedes pues ese caleidoscopio de autores, tramas y discursos que son las revistas nos exige herramientas teóricas y metodológicas que logren dar cuenta de esa pluralidad y que recupere la relación entre las formas y los sentidos. Esto nos recuerda prestar atención también a la función expresiva de los recursos no verbales de los impresos, para así alejarnos de una idea universal y abstracta de los textos y su interpretación. Leer depende también de los soportes y de la forma como se nos presentan los signos.

El temor a enfrentar un discurso múltiple como el que nos presentan las revistas, sin metodologías específicas que logren mostrarnos los mecanismos que le dan sentido, quizás haga que no se propicien las investigaciones acerca de publicaciones periódicas. Por un lado se estudian los artículos de ciertos autores que forman parte de la revista, por otro, se hace mención del editorial, nada más, pero la forma, las imágenes, la publicidad, la intención de conjunto que hila el editor, eso que también hace a la revista y le da identidad gráfica y conceptual, de eso nada se dice. La necesidad de reflexión por los métodos y las teorías que nos permitan comprender a las publicaciones periódicas es una lección que me ha dejado la revista Cantaclaro.

Haciendo un repaso de lo que les he contado, podría decirles que de esos más de veinte años trabajando con revistas aprendí, entre otras cosas, cuatro aspectos fundamentales: la sistematización, la preservación, la difusión y la reflexión acerca de las teorías y métodos que nos lleven a comprender la revista como un todo significante. Esas cuatro cosas, que quizás no sean novedosas ni originales, en nuestro contexto resultan necesarias por la urgencia de preservar la memoria y por el afán de construir saberes sobre nuestra realidad.

Solo de esta manera el investigador no seguirá enloqueciendo ante el mar de revistas perdidas y desordenadas…

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