jueves, 28 marzo 2024
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El 8 de marzo no se celebra, se evoca una lucha

El 8 de marzo se conmemora el Día de la lucha por los derechos de la mujer. A este hecho histórico responden las movilizaciones y protestas ocurridas el pasado domingo en muchos países de Latinoamérica. Reclamaban equidad de género y el cese de la alta tasa de feminicidios mundial.

@francescadiazm

“Ser mujer es darte cuenta de que una situación de tu pasado fue abuso”. De todos los mensajes que leí en las redes sociales haciendo alusión a la convocatoria masiva de este 8 de marzo dirigida por las feministas, este fue el que más me sacudió. Porque sintetiza el pasado y el presente. El machismo histórico es indeleble. Tuve que verlo en redes sociales porque en Venezuela el feminismo no es prioridad. Los feminicidios, como el caso de Ángela Aguirre, pocas veces se resuelven y otras, muy pocas, se les da la importancia que merecen.

En un país donde la prioridad es encontrar qué comer, cómo estirar el sueldo y peregrinar por la medicina que necesita algún pariente enfermo, los temas socioculturales que en otras partes de Latinoamérica han adquirido importancia (el feminismo, el cambio climático, el aborto legal y el matrimonio igualitario),no son discusión de importancia. En condiciones tan paupérrimas no tienen cabida. Cuando hay hambre es cuando el tercermundismo aflora y las corrientes de pensamiento no tienen quien las nutra.

Toda esta convocatoria y temas de debate sobre la mesa no ocurren sin algún precedente: el 8 de marzo, que desde 1975 fue declarado por la ONU Día de la Mujer, es el motivo. Uno de los debates que más escucho en esta fecha es el discernir si se celebra o se conmemora. ¿El 8 de marzo es una fiesta? Es muy común felicitar a las mujeres de nuestro entorno, ya que la corta memoria histórica que tienen las masas, aunada a la desidia, lo ha convertido en una festividad. Pero el origen no es alegre. El Día de la Mujer no se celebra: se conmemora. Y hay una interesante discrepancia semántica entre los términos, que puede resumirse en que uno se refiere a una festividad y el otro a evocar un hecho histórico importante.

El Día de la Mujer se conmemora el 8 de marzo porque coincide con el 8 de marzo de 1857, fecha en la que “cientos de mujeres de una fábrica textil de Nueva York salieron a marchar contra los bajos salarios, que eran menos de la mitad de lo que percibían los hombres por la misma tarea. La jornada terminó con la sangrienta cifra de 120 mujeres muertas a raíz de la brutalidad con la que se dispersó la marcha”. Así lo explica Sebastián Valdés en un artículo del sitio web Tele 13, información ratificada por El Clarín y varios medios que buscan esclarecer el origen de la “festividad”.

Así que no es un día para celebrarse. No es una fiesta para halagar a las mujeres de nuestro entorno, ya que para eso tenemos todo el calendario. Es una fecha que conmemora la lucha incansable que desde el siglo XVIII la mujer ha librado para obtener derechos que se le han negado y que son inherentes a su condición humana. Así que las feministas este 8 de marzo se han movilizado a las calles a recordar a todas las brujas que fueron quemadas vivas, a las escritoras que hoy día son anónimo en sus publicaciones, a aquellas que tenían el talento pero no las oportunidades. Y a todas aquellas que hoy ya no están porque fueron víctimas de la misoginia. No salieron a celebrar, salieron a dar seguimiento a una lucha de siglos. A llamar la atención de los gobiernos y de las personas para que se hable no solo de feminismo, sino de la alta tasa de violencia de género y de los 18 países en los que aún los esposos pueden decidir si sus mujeres trabajan o no. Y por qué no, que se hable de que aquí, en el Estado Bolívar, 11 de cada 100 mujeres son víctimas de violencia de género, según cifras del Ateneo Ecológico de Orinoco.

Es tan común que se burlen cuando aparece una “resentida” a hablar sobre feminismo. Y tan cotidiano que se nos pregunte qué más quieren las mujeres si ya son presidentas, tienen su equipo de futbol y pueden estudiar. Y los machistas lo dicen como si se hubieran compadecido de nosotras y nos hubieran dado esos derechos, pero no. No fue así. Esos derechos llevan la sangre y la lucha de muchas mujeres que los hicieron posibles y que dejaron la vida en las protestas sufragistas para que hoy una mujer como yo pueda votar, estudiar y escribir en un medio como este.

“El feminismo es vandalismo y violencia, no ganas nada haciendo destrozos o pintando paredes”. Si se quiere verificar esta afirmación se le puede preguntar a la Revolución francesa, a la caída del Muro de Berlín o la abolición de la esclavitud. Muchos destrozos fueron el prólogo a grandes cambios sociales que la protesta pacífica no logró.

Sí, la mujer ha conquistado muchos espacios. Pero aún no conquistamos el poder caminar solas de noche por las calles. No hemos conquistado que nos tilden de fáciles por tener una vida sexual activa. No tenemos aún una paridad de género digna de respeto. Pero estas situaciones son superficiales cuando se yuxtaponen a otras, como las víctimas de violación a quienes se les trata como provocadoras. Y cuando el haber puesto celoso a un esposo parece ser un atenuante ante un feminicidio que los medios prefieren llamar “crimen pasional”.   

Seguimos teniendo mucho que hacer más allá de meter “sororidad” en los diccionarios: la vamos a poner en práctica. Porque la peor enemiga de una mujer nunca más será otra mujer. Este 8 de marzo hubo una explosión social que tiene a todo el mundo hablando de feminismo. No hay más complicidad. No hay más silencio. Es poderoso cómo cada vez se escucha más fuerte que no nos quedamos calladas. Cada 8 de marzo se recuerda que la lucha no ha terminado hasta que toda mujer golpeada deje de tener miedo de hablar. Hasta que no se deje de subestimar a las personas por su género. El feminismo es la búsqueda de equidad, no de igualdad como a veces se confunde. No queremos ser iguales a los hombres, no somos hombres y no queremos serlo: queremos equidad. Justicia.

Y se lucha incluso por la que vocifera que el feminismo no la representa, pero vota, estudia, trabaja y opina. Porque lo más feminista que se puede hacer es permitir que cada una sea libre. Libre en pensamientos y en acciones. Que no quede una sola mujer sin comprender que su cuerpo es solo suyo y es libre de hacer con él lo que le dé la gana.

Hay un revuelo de opiniones. Se logró el cometido: que no quede ni un solo rincón donde no se hable de feminismo, que le perdamos cada vez más miedo al término porque este mundo cada vez se vuelve más feminista. Nunca fui más feliz de tener un espacio donde poder escribir que estoy profundamente orgullosa. Entre la descomposición social venezolana, entre el caos, la crisis y las injusticias: mi generación está haciendo cambios impresionantes. Siempre he creído que vivimos en un mundo de hombres, pero, como mujeres, estamos revolucionando cada paradigma dentro de él.