martes, 19 marzo 2024
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De cómo el intelectual llegó a convertirse en “influencer”

La cultura escrita que definió a los intelectuales se ha visto desplazada por la hegemonía de la cultura audiovisual, transformando con ello la forma como se generan y distribuyen las ideas, sostiene nuestro columnista en su más reciente entrega.

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Se han desteñido los grandes relatos de la modernidad, como los del progreso, los de la nación o los del pueblo; relatos que los intelectuales tejían laboriosamente en un afán de discurso militante. Hasta los mismos intelectuales han perdido brillo y color ante el cambio de época y ante la eficacia de los nuevos medios, convirtiéndose en piezas de un museo al que pocos acuden.

Quizás el último “gran intelectual” que servía de conciencia a la necesidad de utopías de las masas fue Jean Paul Sartre, quien tenía a los libros y a la prensa por tribuna y convocaba manifestaciones multitudinarias que oían con detenimiento las argumentaciones del filósofo francés. Hoy pareciera que el lugar de los intelectuales ha sido ocupado por los artistas de farándula y las estrellas fugaces del Instagram y de YouTube.

La escritura ensayística, y en menor medida las conferencias, la charla sosegada y de larga duración, han sido los instrumentos a través de los cuales los intelectuales hacían llegar sus ideas al resto de la población; hoy, en cambio, la imagen, el video y las frases breves y edulcoradas (si es un meme, pues mucho mejor) tienen una mayor penetración entre el público y suscita cada vez más seguidores. Así, los artistas de las redes sociales generan con mayor eficacia, como antes los intelectuales, imaginarios, opiniones y valores que luego incidirán en las esferas políticas, económicas y culturales. Al respecto, Beatriz Sarlo llegó a señalar que “las industrias informativas son hoy las creadoras de los grandes relatos que la posmodernidad pareció desalojar”.

Para dar algunos ejemplos que nos ilustren esta situación, podríamos recordar al cantante puertorriqueño Ricky Martin cuando se puso al frente de una protesta contra el gobernador de su país por sus opiniones homofóbicas. Los videos de Instagram del cantante, en los cuales pedía respeto y justicia, contribuyeron a que aquel renunciara. A Chino y Nacho se les exigía una posición política con respecto a las atrocidades de la dictadura venezolana y terminaron convertidos en cuasi líderes de la oposición, en los nuevos intelectuales comprometidos. El profesor Briceño, Nanutria, o cualquier coach ontológico o booktuber hablando por enésima vez de Orgullo y prejuicio o 1984 se han convertido en los difusores de ideas sin gluten que parecen satisfacer la necesidad de orientación de acciones políticas, de imaginarios y de explicaciones para las generaciones de hoy.

¿Pero qué es un intelectual?

Un intelectual ha sido entendido no solo como alguien que describe y crea nociones, categorías y conceptos para desentrañar los cables ocultos de la realidad, sino que además ejerce la crítica de su presente, esbozando a su vez con ello el futuro deseado, la utopía justa y llena de dones hacia donde la sociedad debe marchar. Si solo categoriza, es un científico. Si solo critica su presente, hablamos quizás de un periodista. Si se dedica a anunciar cómo debe ser el futuro, es entonces un profeta. Un intelectual, creo, debe tener a la vez algo de científico, periodista y profeta; es decir, debe ejercer la actividad intelectual, tal como se ha entendido desde Zola y su “Yo acuso”, desde la triple función que enuncia, denuncia y anuncia.

Decíamos que la cultura escrita que definió a los intelectuales se ha visto desplazada por la hegemonía de la cultura audiovisual, transformando con ello la forma como se generan y distribuyen las ideas. Los nuevos medios y su lógica no ofrecen al pensador tradicional la forma pausada y argumentativa que requieren; ahora la velocidad y el entretenimiento son el signo de los discursos de éxito.

Quizás la renuencia del intelectual a probar nuevos formatos y estilos incidió en su devaluación como referencia moral y cívica. ¿Hoy Sartre revisaría impaciente su cuenta de Instagram o Twitter esperando recibir algunos likes por sus fotos con Simone? ¿Iría a un programa de televisión para dar su opinión acerca de la convulsionada situación del mundo en tan solo tres minutos?

Ya son pocos -quizás nadie- quienes cargan la lámpara de Diógenes, alumbrando rincones en busca de humanidad. Esta labor fue sustituida por los flashes de los teléfonos celulares. Y ellos solo muestran nuestro propio rostro en infinitos selfies enceguecedores…

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Más necesaria que la industria. “¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida”. José Martí.

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