jueves, 28 marzo 2024
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Panchito pasea por Guayana en Navidad

El futuro, la luz de las transformaciones para una región autosuficiente y orgullosa de su modernidad y gentilicio que bien podemos tenerla, son los niños de hoy. Estos pagan desequilibrios y atropellos de un modelo político fracasado y corrompido.

@OttoJansen

“No se trata de ser ingenuos, pero sí de ser optimistas”, precisaba el sacerdote jesuita Roberto Salazar ante una pregunta estando como invitado al live Instagram que conduzco. La temática tenía que ver con la educación, el entorno social y con los esfuerzos de ideas y planteamientos para la conexión más fecunda del espacio público local y regional con la universidad, en este caso la UCAB, extensión Guayana. Pero esa frase, que involucro en estas líneas, me pareció feliz y si se quiere “subversiva”. Sin embargo la expresión se agiganta en tiempos de nuestra Guayana con crueles pantomimas institucionales, insensibilidad frente al sufrimiento colectivo, horrorosa extinción de la inteligencia acomodada en su falta de coraje, y el planificado aplastamiento de la libertad.

Estos días decembrinos de lluvias dispersas, aún con la amenaza latente de la pandemia, percibo que son recibidos por los guayaneses con cierto alivio. Quizás se trate de que, continuando con el coronavirus, a diferencia del año pasado hay un poco más de movimiento y de mayor protección. Eso que es encontrarse con la vida y las bondades de la existencia por sí misma, a pesar de los fallecidos y de los sobresaltos en muchas familias. Quizás sea esta la razón porque por lo demás sigue el hambre, los avatares para el sustento, la anarquía, la violencia y la indefensión con dirigentes y autoridades -por muy recién electos- fantasmas e inútiles.

Pero es notorio en el sentimiento colectivo más entusiasmo, como si encontrara en sus certezas de que es imperativo salir completo de esta y no a medio salir: encontrar la bocanada de aire que proporciona fuerzas para la resistencia, que ya es larga. Es el extraño comportamiento de un invisible compromiso con el futuro, a pesar del desierto este que es el estado Bolívar, en donde no hay impulso de ideas grandes, ni comprensión ante la maldad retorcida, fuera de la inercia nostálgica y el enfoque “formal”. Así pienso que los guayaneses transitamos lo medular del tiempo de adviento; la espera del nacimiento de Jesús Cristo, significando para Venezuela y la región el parto de las redefiniciones por recuperar el orden constitucional, los derechos ciudadanos, el desarrollo económico; el ejercicio del Estado de derecho y la democracia; inexistentes como consecuencia del cerco totalitario de la revolución.

¡Cantemos, cantemos! 

El futuro, la luz de las transformaciones para una región autosuficiente y orgullosa de su modernidad y gentilicio que bien podemos tenerla, son los niños de hoy. Estos pagan desequilibrios y atropellos de un modelo político fracasado y corrompido. Ahora, y es lo admirable, ante esa condición surgen y se mantienen las voces, energías y manos de la sociedad guayanesa que sale al paso del dramatismo de la pobreza y de la emergencia humanitaria compleja. ¿Cuántas iniciativas institucionales e individuales vemos en nuestro patio, con el propósito de apoyar a la infancia en días cargados tradicionalmente de emociones? Son los “encuentros con los niños de la ciudad”, las demostraciones sencillas que el pensamiento y la búsqueda de la acción ciudadana van más allá de las acartonadas visiones de un entender social y político superado, además de echado a la basura por el optimismo (que no es ignorancia o ingenuidad) de una Guayana que se las ingenia para no ser vencida por las dificultades increíbles en las que transita la población. El encuentro del futuro se forja desde los discursos que no ceden ante la barbarie, se distinguen sin estridencias de las maromas de los grupos que intentan edulcorar las injusticias, con el aporte que enlaza con la familia atosigada en comunidades manipuladas; con los niños que miran con ojos mansos una vida repleta de trampas.

Es una constatación directa sobre que el valor de la LIBERTAD, desdibujada por años en nombre de la mítica “justicia popular” no es una abstracción para unos pocos. La actuación en consecuencia de la sociedad regional, por obtener una vida con apego a los derechos y a la normalidad, en este estado Bolívar saqueado desde las estratagemas del poder político, aliado con el delito, se ha de corresponder con el tino y la audacia por echar a andar ideas que desemboquen en los movimientos cívicos hacia el surgimiento de protagonistas integrados a la realidad social y al compromiso de las transformaciones institucionales; espacios decapitados por la estructura del Estado comunal en avance. El ambiente navideño, preñado de simbolismos como nunca, permite la serenidad para los desafíos que están forjándose en las dificultades, farsas y en el juego de poses de la política, que deben dejar de ser presenciadas por los guayaneses con asombro y con distanciamiento. Fracasaron los partidos opositores en Guayana porque solo se representan ellos mismos, con sus círculos y promotores que manejan intereses lejanos de los sacrificios y la grandeza. La operación del régimen de compraventa con dinero y beneficios a personalidades del estrato dirigente local (muy apreciados algunos) quedó en evidencia, aunque persistan en negar lo penosamente público. La condición de patanes e incultos, asociada a una supuesta imagen de dirigente “carismático”, es una vergüenza que la población desprecia. Las mafias que juegan con la miseria revestidas de autoridades no tienen reconocimiento ni respeto. Viene, es inevitable, el resurgir de otro tiempo que merece ser visto con atención; tal como nos los dibuja el desenfadado ambiente de estos días, cuando siguen paseando los Panchito Mandefuá, en esperanzados días navideños, por los linderos extensos de esta Guayana.