Putin, fiel a sí mismo, como ruso ultranacionalista, y hombre de la KGB, quien nunca disimuló su disgusto por la disolución de la URSS, retomó la política más ortodoxa, la de que nadie sepa nada, ni pueda discutir nada ni pueda preguntar nada.
El pacto de estabilidad cubana y su vocación expansiva y metastásica hacia América Latina ya dura, así, cuatro generaciones. Sin dejar de ser lo que es en su conocida y malvada entraña, lejos de la formal prédica marxista que inaugura 30 años atrás, en 1959.