jueves, 28 marzo 2024
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Pensionados y jubilados venezolanos: “Aquí el viejo no vale nada” (y III)

í y varios medios del interior de Venezuela se unieron para ofrecer a sus lectores un registro más amplio de la crítica situación de los pensionados y jubilados del país. En esta entrega les ofrecemos el panorama en el Zulia y Caracas.
"Nosotros estamos aquí porque somos necios. Esto es para animales

a situación de los jubilados y pensionados en el país es lamentable y deplorable. No sólo es preocupante la miseria que perciben, menos de un dólar al mes -el monto se convirtió en un pago simbólico en medio de una hiperinflación que pulverizó las pensiones y los sistemas de jubilación-, sino a lo que se someten a un verdadero viacrucis para cobrarla en los bancos. En cada región, por sus particularidades y problemas propios, la odisea de cobrar la pensión tiene elementos o situaciones diferenciadoras, pero todas llegan a la misma conclusión: maltrato, irrespeto y abandono de los adultos mayores.

    Autores: Reyna Carreño Miranda, La Verdad y Valentina Rodríguez Rodríguez, TalCual

Correo del Caroní junto a Tal Cual, El Tiempo (Anzoátegui), La Mañana (Falcón), El Impulso (Lara), La Nación (Táchira), Yaracuy al Día (Yaracuy) y La Verdad (Zulia) se unieron para ofrecer una visión más amplia de esta situación en los cuatro puntos cardinales del país.

“El calvario” de los viejitos en Maracaibo

“Ay mija y qué hace uno”. La frase de Omaira se pierde entre el bullicio de la muchedumbre. La anciana se pasa la mano por la frente y mira a un punto indefinido en el cielo, como si buscara la otra parte de la respuesta. “Y qué hace uno”, repite.

Omaira, de 78 años, es una de los cientos de pensionados que acuden a diario durante la semana de flexibilización a las diferentes agencias bancarias que están operativas en Maracaibo.

“El calvario de los viejitos”, como ellos mismos lo llaman, es un desafío que usualmente inicia 12, 18 y hasta 24 horas antes de abrir el banco y termina con un puñado de billetes que, con suerte, suman 400 mil bolívares.

Muchos duermen a la intemperie en el suelo, pasan sol y calor, aguantan hambre, sed y las ganas de ir al baño o utilizan como baño los espacios públicos. Reciben malos tratos y empujones, todo por obtener un dinero que no alcanza para mucho, por no decir, para nada.

¿Por qué lo hacen? Omaira acepta que no es “el cielo con la tierra”, pero “es mi plata y en efectivo vale más”. Al menos dos plátanos, una tetica de café y otra de azúcar, o tal vez ocho pasajes.

Manuel, un señor alto y de bigotes blancos, la interrumpe con un ademán de mano. “Ya va. Mi amor, nosotros estamos aquí porque somos necios y nos gusta llevar verga. Esto es para animales, nadie respeta a los viejitos”. Se limpia la boca con el dorso de la mano y muerde el medio plátano amarillo crudo que tiene en una bolsa plástica. Esa es su primera comida del día y ya son las 10:45 de la mañana. Manuel tiene 84 años.

Según cifras de la organización civil Convite, el 23% de los adultos mayores en Venezuela pudieran estar viviendo solos; y tres de cada cinco se van a la cama con hambre.

Pasan roncha por 400 mil bolívares

Omaira y Manuel durmieron frente al banco con otras decenas de ancianos. “Preferimos quedarnos aquí y velar el puesto, porque en la mañana llegan lo vivitos que se quieren colar de primeros”, declara Rosa Díaz. Ella tiene 75 años y vive “de La Curva, pa’ allá”, en la zona oeste de Maracaibo. Confiesa que llegó al banco al día anterior, como a las 3:00 de la tarde, y se quedó a esperar turno para el día siguiente.

“Aquí nos acomodamos en cartoncitos, echamos broma, nos acompañamos y compartimos el café”. Sonríe y muestra en su dentadura falla, en el tono pálido de los labios y en la delgadez y el aspecto general de su cuerpo, los efectos de una nutrición escasa y de una pobreza extrema.

El pago mensual para pensionados y jubilados es de 400 mil bolívares, el equivalente a 0,76 centavos de dólar.

En otras oficinas, los pensionados hacen turnos y apartan los puestos con piedras y cartones con sus nombres. Se quedan dos o tres toda la noche y el resto llega en la madrugada.

Otros no son tan arriesgados y acuden al amanecer. En una bolsita llevan un envase con agua y tal vez una arepa, con eso pasarán todo un día de pie, hasta que les toque el turno de entrar al banco.

Durante cinco meses, las entidades bancarias permanecieron cerradas en Maracaibo. En todos esos meses hubo denuncias de pensionados que no pudieron disponer de su dinero, porque sus tarjetas de débito están vencidas o deterioradas, otros reportaron bloqueo de sus instrumentos bancarios.

El inicio de la flexibilización en Zulia, el pasado 10 de agosto, abrió la posibilidad para que los pensionados pudieran resolver sus asuntos y retirar en efectivo el total de su pensión. Desde esa fecha, con cada flexibilización los ancianos acuden en masa a las entidades bancarias. Se aglomeran, usan mal el tapabocas y se exponen abiertamente al contagio de la COVID-19.

Eso sin contar que cada uno pertenece a una población vulnerable, susceptible por demás al cansancio, al hambre y al hecho de que cada uno tiene al menos una enfermedad de base.

Estos factores se sumaron a una situación que no es nueva, porque en Maracaibo los ancianos tienen meses, por no decir años, padeciendo estoicamente para obtener en efectivo una pensión que no alcanza para mucho.

En Caracas “las colas son como las de la gasolina ahora”

Aida hace cola en el Banco Mercantil que está cerca de la esquina de San Francisco, en el centro de Caracas, para cobrar lo que le corresponde de jubilación en efectivo. “Lo necesito para pagar las camionetas”, dice. Tiene 83 años, es delgada, usa el cabello corto, color rojo y gorra. Cada mes desafía a su hijo y se va a hacer la cola en la agencia bancaria, a veces recibe Bs. 100 mil, cuando hay suerte, otras veces le han dado solo Bs. 10 mil, “cuando no hay suficiente efectivo”, explica.

Mientras cuenta su odisea de todos los meses para cobrar la pensión del Seguro Social y su jubilación por 25 años de servicios en la estatal Cantv, recuerda el precio de algunos productos alimenticios e interrumpe su relato, para dar cifras: “Acabo de comprar harina, en 380 y azúcar en 360. Todo está carísimo. Nada baja de 300. Ahora voy a cambiar arroz por huevos (…) los plátanos más de 300”.  Aun quitándole tres ceros a la moneda (a la que ya le han quitado ocho) hace el inventario con asombro y queja.

Aida desde hace cuatro años recibe las cajas de los Comité Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) que vende el gobierno, pero “eso no sirve pa’ nada. Puro arroz picao y azúcar que no endulza. Uno la agarra por el aceite”, exclama tajante. Luego confiesa: “Antes yo hacía unos mercados grandísimos en Plan Suárez”.

También se queja de la banca y recuerda cómo funcionaba antes: “En las colas uno se tarda horas, parado y bajo el sol. No debe ser. Yo soy hipertensa y tengo artrosis en los pies (…) Y desde que llegó esta enfermedad (COVID-19) es peor, se descontroló todo. Aquí, antes, los bancos funcionaban de maravilla. Ahora solo los principales están pagando la pensión, eso no puede ser. Aquí (en Venezuela) el viejo no vale nada”, recrimina.

Para Aida no hay banco que se salve, considera que todos están mal. “Debajo de mi edificio hay un Banco del Tesoro y las colas son desde las 6:00 am y larguísimas. En el Caribe también son largas. Las colas son como las de la gasolina ahora”, compara.

En Venezuela 9 de cada 10 ancianos reciben una pensión de vejez, pero para principios de noviembre el monto equivalía a menos de 0,80 dólares al tipo de cambio oficial. El gobierno de Nicolás Maduro ha intentado compensar lo poco con la entrega de bonos que han sido de entre 2 y 4 dólares al mes. El bono tampoco resuelve, la cesta básica supera los 150 dólares.

El sistema de pensiones de Venezuela es de reparto. De acuerdo a las leyes vigentes, las mujeres con 55 años o más y los hombres con 60 años o más que hayan realizado al menos 750 cotizaciones semanales al Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS), tienen derecho a una pensión de vejez. A estas se le suman las que el gobierno otorga a través de la Gran Misión Amor Mayor (2011) para proteger a los ancianos que no cotizaron al Seguro Social.

Desde 2000 las pensiones son iguales al salario mínimo.

La última vez que fue a cobrar la pensión en el banco, el pasado octubre, a Aida se le bajó la tensión y una señora que estaba en la cola junto a ella la llevó para su casa. No quiso que le avisaran a su hijo: “Me arma unos tremendos peos. A él no le gusta que yo haga esas colas; pero necesito el efectivo para poder montarme en las camionetas e ir a la farmacia a buscar las medicinas. Por la enfermedad esta (la COVID-19) no me dejan montarme en el metro. Antes de la flexibilización, que no había bancos, una vez tuve que decir una mentirita piadosa para poder montarme en el metro e ir a Boleíta a la farmacia. Eso no debería ser así (…) Mi hijo no quiere llegar a viejo, ve por lo que yo paso y dice que no quiere llegar a mi edad”.

Asegura que el metro es mejor que viajar en camionetas y que en estas últimas actualmente no se respeta el distanciamiento social, “van llenas”, afirma.

Aida se casó tres veces, sus dos primeros maridos murieron y el actual sufrió un accidente cerebrovascular (ACV) hace seis años, que lo dejó imposibilitado, ella es quien lo cuida y atiende. Su primer matrimonio duró un año, se casó a los 17 años y se divorció a los 18. Con el segundo tuvo a su único hijo, Juan Carlos, quien hoy tiene 50 años, es abogado, divorciado y como muchos venezolanos en 2018 emigró a Argentina, en busca de un mejor futuro y cómo poder ayudar a su madre. No le fue bien, no consiguió más que oficios que no le permitían ganar suficiente. Regresó el año pasado para seguir ejerciendo la abogacía en Venezuela. “Él se esforzó mucho estudiando para estar allá (Argentina) vendiendo en un quiosco”, explica la jubilada de Cantv.

Antes de trabajar en la estatal telefónica laboró en la Jefatura Civil de San Juan, en la Jefatura de Civil de Sucre (ambas en Distrito Capital), y en la Gobernación de Caracas (desde 1999 Distrito Capital).

– ¿Usted no puede sacar su pensión en el cajero automático?

– ¡¡¡No, qué va!!! Eso es muy rápido y la cola es igual de larga… Deberían poner a alguien que nos ayude en el cajero.

“A uno no deberían tratarlo así”, insiste. Y sugiere que los bancos mejoren el servicio y le tengan más paciencia a los adultos mayores. “A los viejitos nos tratan malísimo, muy mal, ¿Cuál es el sentido de llegar a esta edad?”, se cuestiona.

El hijo de Aída actualmente está viviendo con ella y su marido, aun cuando tiene casa propia en Los Valles del Tuy (Miranda). “Está aquí mientras arregla su carro”, explica. La ayuda con la economía del hogar y con algunas labores. Sin embargo, la octogenaria afirma: “Yo no me puedo quedar encerrada, yo tengo que salir a resolver la comida y las medicinas”.

Mientras esto pasa Aida espera que la situación de los pensionados mejore, que la situación del país mejore. “Es terrible lo que estamos viviendo”.