Estoy triste. Triste porque termina una fuente de trabajo más. Triste por la tristeza de mis amigos. Triste porque un país que no lee está condenado a no levantar cabeza. | Foto cortesía
Aristóbulo deja como trágico legado el desmantelamiento del sistema educativo. ¿Por qué no le reclaman eso, en lugar de decirle “negro”? | Foto Reuters
La pregunta que subsiste es “¿hasta cuándo?”. Los cubanos llevan más de 60 años en este merequetengue. ¿Nos vamos a calar 40 años más?… | Foto AFP
Nunca había sentido la muerte cerca. Pero ahora la siento respirando sobre mi cuello. Como si al voltearme, la fuera a encontrar allí, esperándome. | Foto cortesía
Pienso en los que enseñan, porque su profesión en la Venezuela de hoy es todo un apostolado. Mi respeto y admiración para ellos.
He pasado mi vida adulta predicando que no podemos esperar que otro haga la diligencia por nosotros. Ahora, una vez más, me tocó. Y les tocó a los valientes que me acompañan en esta consulta. Porque valiente no es quien no siente miedo. Valiente es quien, a pesar de sentir miedo, sigue adelante.
El mundo vio en veinticuatro horas al futuro de Venezuela, inteligente, enérgico, inapelable y valiente, enfrentado al pasado trágico, desgraciado, repetitivo y criminal.
No nos rendimos. Y Maduro y su combo, como los Welser, se irán con sus maletas, quizás repletas, pero se irán. Y nosotros entonces podremos reconstruir el país que soñamos.
El dilema que hoy se le presenta a más de las tres cuartas partes del pueblo venezolano es si morirse de hambre, o morir de coronavirus. La primera, es casi una certeza. La segunda, una probabilidad. Las cuarentenas locas impuestas por el régimen de Nicolás Maduro no hacen sino empeorar la situación.
No salgan si no tienen que salir. Protejan a los suyos. Llegó el lobo, compatriotas. Y estamos en las peores manos en las que podíamos estar.