viernes, 29 marzo 2024
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El espejo retrovisor de la literatura

Las historias de la literatura permiten una mirada de conjunto del ayer y son, a la vez, tablas de salvación contra la desmemoria. A pesar de ello, el estado Bolívar no cuenta con historias-tabla a las cuales aferrarnos. Quizás exista una, hecha por Agosto Méndez en 1936, pero esa sola no nos basta.

@diegorojasajmad 

No abundan las historias de la literatura venezolana. Solo existen seis y estas, elaboradas entre 1906 y 1973, dibujan la línea de un desamparo.

Desamparo, digo, pues la actividad historiográfica acerca de nuestras letras ha sido escasa, insuficiente y, peor aún, en mora, ya que el medio siglo que va de la década de los setenta a nuestros días aún sigue huérfano de registro.

Ante esa situación hemos encontrado consuelo en el punto ciego de la novedad editorial, en las fatuas luces de la reseña de bautizos de libros, o en la crítica particular sobre un autor u obra, para terminar con una visión fragmentada de lo literario, podando el árbol genealógico de la literatura al extremo de dejarlo sin raíces ni tronco, nada más con minúsculos brotes aislados de actualidad.

Sin historia –pilar fundamental de los estudios literarios, junto a la teoría y la crítica– corremos el riesgo de olvidar obras y autores, se nos dificulta construir sobre ellos tradiciones o constelaciones, y cada novedad, sin memoria, termina siendo solo una impostura que se desvanecerá al poco tiempo para dar paso a otra impostura del mismo signo.

Pero una historia literaria es algo más que un inventario de obras y autores. Es, al contrario, un mapa de lo escurridizo, una App de espejos retrovisores, un relato que construye clanes y filiaciones, una ficción que da sentido a un cúmulo de obras y las ordena para una foto de grupo.

Son pocas las historias de la literatura venezolana, decía, y no es distinta la situación en el caso de las historias de la literatura regional.

Si mal no recuerdo, creo haber hojeado alguna historia de la literatura del estado Mérida, otra del Zulia y tal vez de Barinas. Nada más. No conozco otras, que de seguro las hay y algún avezado lector podría ayudarme ofreciéndome los datos de su existencia, pero puedo apostar que no son muchas, o que las que existen fueron hechas hace ya unas cuantas décadas.

Lo mismo sucede con la historia de la literatura del estado Bolívar.

Una de las pocas historias de la literatura bolivarense, por no decir la única, si es que llega a serlo, es la elaborada en 1936 por José Manuel Agosto Méndez. Titulada Letras vernáculas, y que apenas alcanza las treinta páginas, en este trabajo Agosto Méndez se propone enmendar, según él mismo dice, los errores y las omisiones de las historias literarias existentes pues: «En materia de historia sobre nuestras Bellas Letras, poco más o menos de cuarenta años a esta parte, puede decirse sin ofender a tercero, que no hemos estado muy acertados».

Razón no le falta a Agosto Méndez si entendemos que habla desde un extremo del país, desde «una porción de la república» muy alejada de la capital, y por ello las inclusiones en esos recuentos se ven afectadas por las omisiones y el «influjo de las pasiones» que pueden percibirse en las historias nacionales hechas desde otras latitudes:

“Cuando el escritor que se proponga acometer esa simpática empresa moje la pluma en tinta de sinceridad, y no se deje arrastrar por el influjo de las pasiones, ni obedezca al dictado de los prejuicios; cuando se haga resaltar al lado de la labor literaria llevada a cabo en el Distrito Federal, la efectuada en cada una de las Entidades Federales que componen la República; entonces sí se habrá escrito con legítima propiedad la Historia de nuestras Bellas Letras”.

Con esa idea en mente, Agosto Méndez emprendió la elaboración de un ensayo, que no llega a ser del todo una historia, y en él encontramos cosas que al día de hoy nos maravillan y sorprenden.

El texto inicia con la mención al intelectual y escritor Ramón Isidro Montes, de quien afirma: «En la vida literaria de Guayana, será en todo tiempo Ramón Isidro Montes, la personalidad más resaltante (…) Su nombre y su obra serán imperecederos en el corazón bolivarense». Luego, como en veloz examen y siempre acompañado de juicios críticos acerca de sus obras, surge una amplia lista de nombres que hoy desconocemos y que, si no fuese por este fugaz registro, de seguro habrían desaparecido por completo de nuestra biblioteca cultural venezolana. Esa mención, en ese solo trabajo, les mantiene aún con un hilo de vida y con la esperanza de que futuros lectores puedan regresar a sus obras.

Entre esas cosas del ensayo que me maravillan está el descubrir a una novelista bolivarense del siglo XIX, a Elisa González de Alegría, quien publicó Alicia o la amiga de los pobres y El ángel del hogar, ambas de 1883, y se registra una tercera novela, inédita, titulada El amor y el deber. Lo curioso, y que viene a reafirmar la importancia de las historias de la literatura con mirada amplia, es que la autora no aparece en el Diccionario de escritores venezolanos, de Rivas Dugarte, y en la Bibliografía integral de la novela venezolana (1842-1991) apenas se señala su condición de «novelista de Guayana», sin añadir nada más.

Me causa asombro la amplitud de criterio y la visión moderna con la cual Agosto Méndez elaboró esta historia de la literatura del estado Bolívar. No incluyó manifestaciones literarias de las comunidades indígenas, pero sí hizo mención de la expresión popular, la elaborada por iletrados músicos, y además recuperó la participación de la mujer al hacer un repaso de las escritoras bolivarenses, y no fueron pocas las señaladas en este trabajo. Además, expandió la concepción de lo literario y lo entendió como un sistema social que incluye otros sujetos y prácticas, como las revistas, las páginas culturales, los grupos y asociaciones, los recitales; es decir, las instituciones y actividades que son y hacen a la literatura misma.

Sí, son pocas las historias de la literatura del estado Bolívar. Quizás la de Agosto Méndez sea la única. Sin embargo, el intento de Letras vernáculas fue un primer y único paso dado hace más de 85 años que nos puede servir como peldaño y guía para seguir avanzando.

Otras páginas

Letras vernáculas: El estudio elaborado por José Manuel Agosto Méndez, y que tal vez podría considerarse como la primera y única historia de la literatura del estado Bolívar, fue publicado en 1936, en Ciudad Bolívar. No tuvo una nueva edición sino hasta el año 2002, cuando Luis Camilo Perfetti se propuso compilar las obras completas de Agosto Méndez, formando así parte este trabajo de los dos tomos editados por el Colegio de Médicos del Estado Bolívar. Vale la pena su difusión.

El bosque y el jardín: “Que el público crea que las novelas han de tener argumento no quiere decir que la vida lo tenga. Esta necesidad del público es lo que demuestra que la vida, trasladada al ámbito literario, es una segregación informe, caótica, de imágenes. La fatiga que produce este caos incesante e incomprensible es lo que hace desear una ordenación, una coherencia, aunque sea artificial, arbitraria y totalmente inverosímil. El bosque siempre enerva un poco; el jardín es más inteligible y plácido. Pero la vida es inexorablemente compleja”. Josep Pla.

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