jueves, 28 marzo 2024
Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

Dignidad ultrajada

En la isla de la felicidad el tiempo se detuvo como una pésima película que no avanza, pero la “dignidad” convertida en cascarón vacío se recoge por toneladas en las calles de aquel país.

La lengua es un ente vivo que respira, con pulso y tensión, con su sístole y su diástole con un flujo sanguíneo por el que circulan miles de palabras, que se renuevan para mantener vigoroso y saludablemente comunicado el cuerpo social y emocional de la humanidad. También posee personalidad y piel, que es herida a diario, pero su capacidad hemostática es fuerte para que las desgarraduras sanen sin dejar mayores cicatrices. Todos los días al levantarnos recibimos la bendición de las palabras, que nos acompañan hasta en el sueño. Porque en ese mundo críptico, umbroso, misterioso y enigmático de las noches, las palabras alumbran el camino hacia la luz del amanecer.

Quisiera capacidades desbordadas para enlazar y anudar ideas y sentimientos en torno al complejísimo tema que abarca al vocablo, al verbo, a la voz, a la expresión, al léxico al vocabulario, a la sintaxis, al sentido y otros muchos que se bifurcan para hacerlo más inaprehensible. También hay otras cosas que quiero entender, cómo el porqué algunas palabras pierden su excelsitud y hasta sus posibilidades expresivas al ser utilizadas con propósitos espurios.

Algunas han sido tergiversadas, ultrajadas y exprimidas hasta hacerlas bagazo y perder su fuerza comunicativa. La primera, sin duda, es dignidad, del latín dignitas. Tiene que ver con la excelencia y el realce. También con la gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse y con el cargo o empleo honorífico y de autoridad. Su campo semántico engloba lo religioso, las órdenes militares y de caballería. En filosofía es piedra angular en el segundo imperativo categórico de Enmanuel Kant, que establece que todo ser racional posee un valor no relativo, y sí intrínseco como es la dignidad.

Esto último lo recoge Nicola Abbagnano en su diccionario de filosofía de 1995, y lo rescato para intentar entender la dimensión semántico-filosófica de la dignidad. Esa que sido manoseada, disminuida e instrumentalizada por élites dominantes con propósitos de control sobre las grandes mayorías. Que está en la narrativa de la cúpula para legitimar la “dignidad de un régimen socialcomunista”, vendida a una precarizada sociedad que está obligada a comprarla para llenarse la boca con ese vocablo, hoy vacío de contenido, pero emponzoñado de ideología.

La primera vez que me detuve a pensar en torno al manejo perverso de la dignidad, fue como consecuencia de las innumerables peregrinaciones de mis amigos a Cuba. Allá fueron muchos con maletas cargadas de jabones de baños, crema dental, desodorantes, ropa, bolígrafos, lápices, papel bond, entre otras cosas básicas, que no activaran la paranoia del G2, siempre mosca con los contrarrevolucionarios y gusanos que aterrizaban o salían del aeropuerto “José Martí”.

La machacona conclusión de los amigos que volvían de Cuba fue siempre la misma. A manera de mantra y cantaleta repetían -imperturbables y convencidos- que el pueblo cubano tenía una enorme dignidad. Eso me hizo preguntarme sobre el tipo de dignómetro con el que medían aquella abstracción. Después vinieron otras interrogantes, de cómo es posible que un pueblo hambriento y esclavizado tuviese aquella sobredosis permanente de dignidad. Que es la misma que le permite sobrellevar la miseria en la que han subsistido por más de seis décadas, con el rosario de privaciones que aquella trae aparejada, acompañada de persecución, represión, falta absoluta de libertad y la necesidad de huir a costa de la propia vida.

En la isla de la felicidad el tiempo se detuvo como una pésima película que no avanza, pero la “dignidad” convertida en cascarón vacío se recoge por toneladas en las calles de aquel país. Aquí la cúpula repite el ejemplo que La Habana dio, y no puede ser de otra manera al ser Venezuela una colonia de la tiranía castrocomunista. La dignidad está en la verborrea del funcionariado oficialista: desde los locatarios miraflorinos y toda la élite dominante, hasta el alcalde del más apartado villorrio en el estado Amazonas.

La verborragia oficial desvirtúa el sentido profundo de la dignidad al convertirla en un instrumento para el más impúdico de los engaños: tan humillante como desmoralizador. Porque la demagogia socialcomunista carece de límites al usar y devaluar tanto a la palabra misma como al ser humano, a quien le irrespetan y golpean todo cuanto tenga que ver con su honor, nobleza, decoro y preeminencia.

Agridulces

En el estado Amazonas, donde está prohibida la minería, han sido arrasadas, deforestadas y envenenadas con mercurio 3.200 hectáreas del Parque Nacional Yapacana. En lo alto de un tepuy se exhiben 86 máquinas extractoras de oro, sin que eso llame la atención de las muy ecológicas FAN. Esas que se rasgan las vestiduras cuando denuncian las apocalípticas consecuencias del cambio climático.

¡Más noticias!