En veinte años de socialismo un 20% de los venezolanos -por ahora- han huido del catastrófico tsunami, que una patulea tiránica y corrupta ha impuesto en lo que alguna vez fue una nación. La macolla sigue allí imperturbable, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, mientras la mayoría tiene como única salida escapar de esta calamitosa pesadilla y llegar a cualquier país para poder comer, aunque tengan que dormir en una plaza, en una acera o en un campo de refugiados.
De éxodos nacionales solo teníamos una ligera referencia en lo que se conoció como la emigración a oriente desde Caracas, en 1814, impulsada por el propio Bolívar. Dos personajes de aquel momento, que dejaron testimonio escrito, como fueron José Domingo Díaz y el arzobispo Narciso Coll y Prat -muy críticos con el padre de la patria- elevan la cifra de emigrantes a 20 mil. Número insignificante frente a los 5 millones de venezolanos que han salido en estampida, espoleados por el hambre, en especial en estos últimos cinco años.
Fue aquel un importante movimiento intraterritorial de la población venezolana, que buscaba escapar del asedio de José Tomás Boves. Pocos salieron del país en aquel momento, entre otros algunos líderes comprometidos políticamente y María Antonia Bolívar, que fue obligada por su hermano a marcharse a Curazao. No tengo mayores datos de cómo fueron recibidos aquellos en el exterior, pero lo que sí es verdad es que Venezuela, desde siempre, ha sido un territorio de acogida. Receptor de personas de múltiples nacionalidades, que encontraron aquí un espacio generoso, trabajo decente, afecto de muchos e ilimitada solidaridad. Conocimos la xenofobia desde la experiencia del otro, porque el venezolano recibió al que llegaba con los brazos abiertos.
Hoy que nuestros connacionales escapan de la miseria -cual cubanos en 60 años de comunismo- se encuentran con el rechazo de los habitantes de aquellos países adonde se ven obligados a refugiarse. El número de venezolanos que huyen es tan grande que constituyen un gravísimo problema para la región, sin recursos para ofrecer soluciones a los que llegan con hambre y sin formación profesional. Muchos escapan porque están enfermos, urgidos de atención médica, lo que representa una carga adicional para aquellas naciones, que carecen de excedentes para atender las necesidades de tanta gente.
Su precariedad somete a nuestros compatriotas a una enorme indefensión, lo que los convierte en presas fáciles de mafias, traficantes de droga, proxenetas, pederastas, pedófilos. También son convertidos con facilidad en reclutas del narcotráfico, de la narcoguerrilla y toda clase de paramilitarismo. El crimen siempre acecha a los débiles para exprimirles su vulnerabilidad: porque no hay defensa propia ni protección externa.
En la pirámide de la vulnerabilidad tenemos en primer lugar a los niños. Abandonados por sus padres en esta Venezuela miserable, donde se quedan al ¿cuidado? de familiares o amigos que no tienen como alimentarse. En estos casos la solidaridad es prácticamente inexistente, por lo cual estos infantes, subalimentados y desnutridos, ni siquiera pueden ir a la escuela. Muchos enferman y mueren. Otros toman la calle donde la competencia es feroz, y se convierten en víctimas de todo tipo de perversiones, de quienes no conocen la piedad cuando se trata de satisfacer sus más abyectas pasiones. Los pocos medios de información que sobreviven en esta dictadura, dan cuenta del robo, secuestro y hasta negocios de compraventa de estas frágiles criaturas, tanto dentro como fuera de Venezuela.
En el peldaño siguiente de esta pirámide encontramos a las mujeres jóvenes. Objetos del deseo del proxenetismo, organizado internacionalmente para traficar con venezolanas en el mundo. Muy notorio es que cuando desmantelan algunas de estas mafias, aparecen nuestras compatriotas como esclavas sexuales de estas poderosas estructuras criminales. Las mismas que no descansan, porque se trata de uno de los negocios más rentables, junto al de las armas, las drogas, el oro y otras piedras preciosas. Estas muchachas que escapan del hambre son presas favoritas de proxenetas, pornógrafos, violadores y forajidos, que se valen de su precariedad para engañarlas y llevárselas a otros países para explotarlas y esclavizarlas.
Lo cierto es que cuando una nación cae en desgracia socialista, sus habitantes se convierten víctimas de la elite dominante, que también le abre las puertas a la delincuencia internacional en todas sus modalidades -porque es su aliada- para aterrajarse en el poder hasta que la muerte los separe.
Agridulces
La cúpula enmacollada quería comer huevos de esturión al natural, no los querían enlatados, Por eso se fue a Rusia a compartir con el pana Putin, quien les dará esos placeres que solo ellos pueden disfrutar, mientras el pueblo venezolano desnutrido, no tiene con qué comprar una mísera y peligrosa caja CLAP. Esto se llama clapsismo socialista.