viernes, 29 marzo 2024
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¿Qué tal un país como un campo de fútbol?

Me encantaría ser narradora deportiva de una Venezuela convertida en un campo de fútbol.

Sueñe usted conmigo. Imagine usted que los dos sectores en pugna: gobierno y oposición, son dos equipos que van a una contienda por el trofeo: el país. Y comencemos por pensar y confiar, en primer lugar, que se piensa en el “bien del país” y no en el país como botín. Y pensemos, en segundo lugar, que así como en un campeonato de fútbol no hay más agenda que el ganar el partido limpiamente, no hay agendas ocultas, me gustaría confiar en que en este campeonato nacional no hay agendas ocultas.

Imaginemos pues la gran cancha nacional: ambos “equipos” salen con colores de franelas de distinto color, o sea que se asume que no son del mismo equipo, son dos. En el público hay quienes siguen a uno y quienes siguen al otro. Hasta ahí estamos bien. Y ahora viene lo que me gustaría narrar:

Los que conforman los equipos es porque se han entrenado, cumplen con requisitos. Nadie entra porque es amigo del capitán o hermano de la novia del que más golea. Es gente de méritos. Piense: todos los que aspiran a cargos de funcionarios públicos, de servidores públicos desde presidente o capitán del equipo hasta el más humilde, tienen méritos. ¡Qué maravilla!

Ambos equipos, como en todo campeonato de fútbol, saben que hay reglas, las conocen todos, también el público, y las aceptan. ¡Qué cosa tan buena! Hay reglas y hay que respetarlas. Se sabe cuándo se mete un gol, se sabe que no se puede hacer trampas, como golpear a los jugadores, mucho menos herirlos o matarlos. Cuando una regla se incumple, ahí están las señales: tarjeta supone fuera del juego, tarjeta amarilla, amonestación y dos amonestaciones se vuelve grave (miren qué puñal me eché para esta columna)… A nadie se le ocurre que en medio del partido el árbitro – respetado y aceptado por ambas partes- va sacar una tarjeta, digamos, morada que ese le ocurrió ese día, y esa tarjeta es para que los jugadores que tengan pelo pintado y se les expulsará, serán inhabilitados, pues. Nada de eso, nadie puede inventar reglas y aplicarlas a su antojo. Por supuesto, todas las reglas se aplican a todos, no a unos sí porque le caen bien al árbitro y a otros no. ¡Extraordinario! ¡Vamos bien!

Tampoco se nos ocurre que los narradores, que tienen posibilidad de ser escuchados por todos, solo narren los goles de un equipo y cierren los ojos antes los goles del otro. ¡Jamás!

Hay autoridades que se aceptan y se respetan. Y si alguno se sospecha de estar “vendido”, o sea, hacer trampas, le caerá la ley y tal vez no pueda seguir siendo árbitro, se acabó su carrera. Nada de impunidad ¿Qué tal si en Venezuela hubiera autoridades o mediadores respetados por todos y aceptados? Respeto y aceptación que se ganan por su trayectoria anterior, porque han cumplido los requisitos para ser árbitros. “Y ahora -narro- el árbitro saca una tarjeta roja al jugador Pomponio y debe salir del campo” pero eso lo ha hecho porque Pomponio realmente se ha portado mal y hay testigos. No se inventan las faltas.

Narro: “Señores, un jugador del equipo azul se ha lesionado una pierna y se ha caído. Rápidamente otros jugadores del equipo rojo se acercan a ayudarle, mientras llega la ayuda humanitaria, que digo, la camilla de primeros auxilios”. A nadie se le ocurre que el equipo rojo va a impedir que llegue la ayuda para atender al herido… ¡Todos tienen derecho a la salud! Si la ayuda externa es necesaria se busca y se acepta. Nada de contenedores para evitar que llegue el camillero. ¡Otra maravilla!

Sigo narrando: “Señores, hay un pequeño problema en la tribuna lateral. Dos fanáticos están discutiendo y ha empezado una pelea. Rápidamente otros han intervenido para separarlos… y no llegar a mayores…” El público es un espectador activo. Anima a su equipo pero eso no significa que le da trompadas a los fanáticos del equipo contrario, y si hay una pelea, otros les separan, nada de “dale, dale, mátalo”. Por cierto, todos los espectadores tienen libertad de apoyar a uno o a otro equipo. Nada de carnets especiales, nada de discriminación. Imagínense que en la Copa América solo dejaran entrar a los de Brasil… ¿Qué es eso? Todos pueden entrar y hacer fanfarrias por los que quieran. Nadie se ve obligado a traer la franela de su equipo escondido en el morral no sea cosa que le caigan a golpes o lo pongan preso por eso… Libertad de expresión y libertad de opinión y de participación. ¡Seguimos bien!

De nuevo la narración: “Hay un problemón serio en el campo señores. ¡A ver qué dicen los árbitros…! Y se averigua, se conversa, nada de ‘yo me retiro del juego porque voy perdiendo”. Y nadie dice que por conversar, esos jugadores son unos vendidos, traidores. ¡Qué sueño señores!

Va terminando la narración: “Se está acabando el partido, señores. Parece que gana el equipo que mejor ha jugado morado” (para que nadie me acude sesgo). Los ganadores saltan de alegría pero no amenazan al perdedor, ni se les ocurre decir “no volverán a ganar más nunca, ni por las buenas ni por las malas”. No, hasta se dan la mano. Saben que cuando sea la próxima Copa América se podrán volver a encontrar, nada de amenazas, es un campeonato.

Veo que en el equipo perdedor hay algunos llorando, se entienda que quieran ganar, pero no podían ganar los dos, los hombres también lloran señores. ¿Se acuerdan cuando Colombia perdió y Jones lloró? Jones no fue menos admirado por eso. Aceptar derrotas es de valientes, de gente digna.

Esto fue lo que soñé, inspirada por la Copa América. “Yo quiero tener un millón de amigos” a ver si coincidimos con los sueños.

Narró para ustedes: Luisa Pernalete.