viernes, 29 marzo 2024
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La horrenda lengua de la “corrección” política

Prefiero decir “la ingeniero”, “la médico” y “el economista”. Aplicar la regla de la corrección política equivaldría a decir “la ingeniera” o “el economisto”.

Cuando en la radio escucho a alguien utilizar ese español impuesto por la corrección política, inmediatamente apago la radio. El silencio se torna en alivio. Agua para los oídos.

Ya esa bazofia de español puede leerse en la actual Constitución de Venezuela y en España, hay quienes presionan para imponerla también en la suya. Afortunadamente para los españoles, la sensatez y el buen gusto aún pueden conservar el español de su texto legal.

Hace varios años, antes de que todo ese español intragable se asomara a la vida pública, ya había leído a los sociolingüistas escribir sobre la parcialidad del uso de los géneros y su vínculo con la discriminación. En ese momento pensé que ya se habían pasado de la raya, y como los autores de tales papers eran de habla inglesa, se me antojaba sospechosa su postura hacia el uso del género en la lengua. Con el español como lengua madre, pronto uno entiende que un plural como “los miembros de la mesa” debe interpretarse como neutral y que ya incluye a “hombres y mujeres”. De una manera algo similar, el pronombre “you” es igual en inglés para el singular y plural y, es la inferencia de la situación lo que termina de definir el pronombre.

Jamás pensé que la sociolingüística llegaría a estos extremos de la corrección política actual. En un artículo de El País, Juan Luis Cebrían dice: “Es un abuso suponer que la lengua sea a la vez causa y remedio de la desigualdad de derechos”. Porque, aunque ciertamente vemos el mundo de acuerdo a como lo nombramos, la actitud es también parte de ese contexto, de esa lógica con que comprendemos los mensajes.

Las lenguas son sistemas muy eficientes para pensar y recrear el mundo y normalmente, en aras de su funcionalidad, brevedad y flexibilidad, dependen de la lógica del hablante. Si la lengua se pusiese a detallar demasiado todo, se volviese tan tediosa, como lo es esa versión inoperante y grasosa de la llamada corrección política. La lengua para funcionar debe ser práctica, magra. Por ejemplo, esa frase sencilla de “se venden zapatos de hombres que cuestan cincuenta bolívares” se entiende rápidamente, es una frase que ni le sobra ni le falta nada. Si alguien viniese con que los hombres son los que cuestan esa cifra, inmediatamente se tomaría como un chiste.

Afortunadamente, esas imposiciones han sido vanas, puesto que la gente no habla así. En un día agitado en cualquier mercado de la Venezuela hiperinflacionaria, nadie entre las churrupiosas berenjenas y los costosísimos ajíes se pone a perder su tiempo hablando esa bazofia de español. Era previsible que los hablantes no seguirían ese mamotreto y, que algo más rápido y fuerte nos iba a ayudar: el ADN. Resulta que esa eficiencia y funcionalidad de la lengua la tenemos en la cadena de nucleótidos que ha venido a rescatarnos. Nuestro español aprendido ha sido rescatado por nuestro español natural.

Lo de la lengua natural es tan vital, que cuando los bebés están amamantando o bebiendo su tetero, es mejor no estar hablando mucho, porque si no, intermitentemente interrumpen su comida. El cuerpo los lleva a virar la cabeza o prestar atención a las voces, y la necesidad es la misma que los lleva a llenar su estómago. Algunos bebés serán más chismosos o hambrientos que otros, pero en ese péndulo andan, entre su ansia de alimentos y la inmensa tarea de desarrollar su lengua.

En cambio, la circunstancia de nuestra lengua aprendida en la escuela y la plaza pública es otra. Es ella un edificio cultural, un palimpsesto de miles de años de construcción de abstracciones, percepciones y creación de estructuras gramaticales para poder interpretar el mundo.

Volviendo al caso que nos ocupa, la presencia de los géneros en el español, podría rastrearse a su lengua ancestral. En una investigación de Silvia Luraghi de la Università di Pavia sobre el origen del género femenino en el Proto Indo-Europeo (PIE), éste devino como necesidad de clasificar algunos términos abstractos que evolucionaron hacia una cotidianidad concreta. Para decirlo en un lenguaje más cristiano: el género es una versión de cómo una lengua clasifica y ordena sus códigos.

Español natural, español aprendido. Adoptamos el segundo sin negar el primero. La lengua aprendida debe tratar de conservar lo vital y valioso de la lengua natural, e igual a la inversa. Aún cuesta a veces conjugar el verbo caber, pero uno accede a usarlo debido a esa sensatez y buen gusto heredados de nuestros ancestros parlantes. Por ejemplo, el muy natural “yo cabo” no suena bien. En definitiva, uno acuerda usar esa lengua de la plaza pública, mientras ésta se mantenga agradable para el usuario.

Prefiero decir “la ingeniero”, “la médico” y “el economista”. Aplicar la regla de la corrección política equivaldría a decir “la ingeniera” o “el economisto”. O peor aún, en el caso de los críticos literarios, a una mujer no se le podría llamar “crítica literaria” porque ese es el nombre de la disciplina como tal. Me parece más práctico dejarle el detalle al artículo y decir “la crítico literario” o usar alguna frase de mejor sonido.

Y respecto al caos de los plurales y horrendos eufemismos en la versión de la corrección política, prefiero no seguir y dejar el artículo hasta aquí. El silencio alivia.