jueves, 28 marzo 2024
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Variaciones sobre el poder y la literatura

De los muchos monstruos y taras incubados en estos años de desvarío demencial, el de mayor recurrencia en el mundillo literario ha sido el de juzgar las obras por la preferencia política de sus autores.

@diegorojasajmad

En Roma, en el año 62 después de Cristo, el poeta Lucano había perdido los favores y la protección de Nerón debido a la composición de algunos poemas que denunciaban la corrupción y desacierto de algunos funcionarios del imperio. Lucano, quien a los 16 años era ya poeta laureado y formó parte del círculo de amigos del emperador, se suicidó cortándose las venas a los 26 años, desangrándose mientras recitaba uno de sus poemas favoritos. Durante los cuatro años anteriores a la muerte del poeta, el emperador Nerón le prohibió realizar lecturas públicas, siendo desde ese instante un ser desgraciado y execrado del poder y, por lo tanto, del gusto del público. Desde el poder se inició una campaña de desprestigio hacia el desdichado poeta. En una de sus últimas composiciones, Lucano había dicho en forma de sentencia: “Aléjese de los palacios el que quiera ser justo. La virtud y el poder no se hermanan bien”.

Este ejemplo que nos da la historia muestra, en una vergonzante sucesión de premios y castigos, el dilema de la situación del escritor ante el poder, del intelectual frente al gran aparato del Estado. El arte, la ciencia, la literatura, el pensamiento verdaderamente honesto es radicalmente opuesto a todo poder, pues devela la esencia de la realidad y de las relaciones humanas. Todo arte verdadero, para decirlo en forma de sentencia, esconde dentro de sí un germen de revolución. Así, la literatura se convierte la incómoda astilla en la garra del león.

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Cuando una madre lucha por sus hijos, no hay poder que la amilane. Eso ocurrió con Concepción Acevedo de Tailhardat (1855-1953), escritora upatense quien padeció el trauma de saber encarcelado a su hijo Leopoldo, coronel de artillería, por sublevarse contra el férreo gobierno de Cipriano Castro. Fue encarcelado y torturado en La Rotunda (Caracas), en el Castillo Libertador (Puerto Cabello) y en el Cuartel San Carlos (Zulia). La poeta y periodista Concepción Acevedo constantemente buscaba la clemencia de Castro a través de cartas, poemas y buscando alguna oportunidad para hablar en persona con el presidente, pero la indiferencia y la burla eran las únicas respuestas. Leopoldo fue sometido a tratos crueles e inhumanos y, al decir de José Rafael Pocaterra, quien oyó la historia algún tiempo después en el mismo Cuartel San Carlos mientras estuvo preso: “falleció loco, en la prisión. Su estado de flacura era tal que a través de la piel se veían sus huesos. Una tarde la madre del desdichado, doña Concepción de Taylhardat, la célebre poetisa, se arrojó ante el general Castro, que iba de paseo con sus amigos, para pedirle la libertad de su hijo moribundo… El héroe invicto le arrojó el caballo encima y pasó”. Leopoldo murió en 1905, cuando contaba con 28 años. Los poemas de Concepción Acevedo por la libertad de su hijo son una joya de nuestra literatura, un testimonio del amor, del valor y la lucha contra las injusticias y aberraciones del poder. Algunos años después, y en otro país, Anna Ajmátova también emplearía las herramientas de la literatura para exorcizar a esos mismos demonios. La literatura es monumento contra la desmemoria y la ignominia.

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De los muchos monstruos y taras incubados en estos años de desvarío demencial, el de mayor recurrencia en el mundillo literario ha sido el de juzgar las obras por la preferencia política de sus autores. Mario Vargas Llosa o Rafael Cadenas son nombres que nunca, ni por error, salen de las bocas de uno de los bandos partidistas, mientras que del otro bando se arrugan caras en señal de asco cuando se mencionan a Luis Brito García o a Eduardo Galeano. ¿Debe juzgarse la calidad de una obra en función de la biografía del autor? ¿Abrapalabra o Vagamundo serían más interesantes si sus autores se declarasen partidarios del libre mercado? ¿La casa verde o Amante ganarían en espesor y originalidad si sus escritores volviesen a las filas del pensamiento socialista? Nos cuesta leer sin los anteojos de los prejuicios e insistimos en trazar linderos de tribus para organizar los afectos que proyectamos hacia las obras. La literatura es campo de batalla donde se definen identidades y rechazos.

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Sea astilla, monumento o campo de batalla, la literatura es siempre una voz incómoda que, tarde o temprano, en grito o susurro, nos hace evidente la desnudez del rey…

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El hombre bicentenario. Este año celebramos los doscientos años de nacimiento del poeta estadounidense Walt Whitman (1819-1892). Su obra, que dio inicio a la renovación poética en la segunda mitad del siglo XIX, inspiró a autores como Rubén Darío, T.S. Eliot, Jorge Luis Borges y Allen Ginsberg, entre muchos otros. El verso libre, impregnado de temas acerca de la democracia y el profundo respeto por la dignidad humana, son las características de su obra. Seguramente veremos este año reediciones, charlas, seminarios y programas especiales acerca de este vagabundo universal.

Breves e inolvidables. Resulta curioso el caso de dos revistas venezolanas que, por circunstancias adversas, lograron solo publicar un primer y único número y, a pesar de ello, estas quedaron grabadas por siempre en la historia de la literatura de nuestro país. Una de ellas fue Válvula, primera revista de vanguardia, publicada en enero 1928. Sus jóvenes realizadores, entre los que se cuentan a Arturo Uslar Pietri, Nelson Himiob, Miguel Otero Silva, Antonio Arráiz, entre otros, tuvieron que huir por las repercusiones políticas de la Semana del Estudiante y la prisión de muchos de ellos por sus acciones en contra de la dictadura de Juan Vicente Gómez. La otra revista, Cantaclaro, elaborada en 1950 por Miguel García Mackle, Jesús Zambrano, Jesús Sanoja Hernández, Francisco Pérez Perdomo, Guillermo y José Francisco Sucre, entre otros, fue una de las primeras revistas culturales de izquierda cuyo primer número ni siquiera pudo salir de la imprenta porque fue decomisada por la policía política de la Junta de Gobierno, cuya cabeza visible fue Marcos Pérez Jiménez. Tanto Válvula como Cantaclaro son revistas fundamentales para comprender el desarrollo de nuestra literatura.

Una maldición que salva. “Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba”. Clarice Lispector.

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