viernes, 29 marzo 2024
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Hallacas de exportación y el exilio

El 24 de diciembre de 1945, en la página 65 del diario El Nacional, apareció un pequeño aviso en el que se ofrecía: “Envíe a sus amigos y familiares en el extranjero la tradicional cena de navidad Hallacas Pampero. Puestas en Nueva York Bs. 20”.

@miropopiceditor

1954 fue un buen año para las hallacas. El 24 de diciembre de ese año, en la página 65 del diario El Nacional, apareció un pequeño aviso de 3×2, tres columnas por dos centímetros -sí se medía en la época en que los periódicos eran de papel-, donde se ofrecía: “Envíe a sus amigos y familiares en el extranjero la tradicional cena de navidad Hallacas Pampero. Puestas en Nueva York Bs. 20. Infórmese en: Calle Real Sabana Grande Nº 164-Telf.: 29.446. Hecho en Venezuela”. Estas hallacas venían enlatadas con agua en envases de dos, cuatro y ocho unidades, envueltas en hojas de plátanos a la manera tradicional. Los envases de dos costaban Bs. 4,50 y los de ocho Bs. 17,00. ¿Hallacas enlatadas para exportación y nada menos que a Estados Unidos? Raro.

¿Quiénes eran los clientes potenciales de esas hallacas enlatadas? Principalmente los exiliados políticos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez quien, luego de participar en el golpe de Estado que derrocó al presidente Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de 1948, formó parte de la Junta Militar de Gobierno y posteriormente asumió la presidencia (1952-1958), desconociendo el triunfo electoral de Jóvito Villalba, del partido URD, provocando una ola de persecuciones que no culminó sino cuando fue derrocado por un movimiento cívico-militar el 23 de enero de 1958.

Villalba fue enviado al exilio en Panamá. Otro de los candidatos en esa elección, Mario Briceño Iragorry, tuvo que asilarse en Costa Rica y luego España, como muchos más que abogaban por la democracia y no por el militarismo. Como Rafael Caldera, por ejemplo, quien llegó dos veces a gobernar desde Miraflores, o Rómulo Betancourt, presidente en dos ocasiones, a quien se le atribuye eso de multisápidas para definir nuestras hallacas. Si bien fue Betancourt quien hizo tendencia la famosa frase cuando la usó en un saludo presidencial el Año Nuevo de 1960, la autoría no es suya.

Hay documentos anteriores que registran la palabra multisápida, concretamente Mensaje sin destino, de 1952, de su compañero de exilio Briceño Iragorry, donde en la página 110, escribe: “Si Simón Bolívar reapareciera en noche de Navidad en la alegre Caracas donde transcurrió su infancia, en el sitio del pesebre encontraría un exótico “Christmas tree”. En lugar de la hallaca multisápida, que recuerda la conjunción de los indios y el español, encontraría…”. Vuelve a mencionarla en Los Riberas: historias de Venezuela, de 1957, donde habla del multisápido sancocho y, sin mencionar la palabra hallaca, escribe: “Servidos sobre la propia hoja de plátano, graciosamente recogida, aparecieron hoy los humeantes y multisápidos pasteles”. Rafael Cartay cita un escrito de 1921, del padre Carlos Borges, donde habla de la familia Bolívar: “Humea el sancocho suculento, multicolor y multisápido”.

Esa nostalgia por las hallacas entre los políticos y luchadores sociales del país es de vieja data. Ya en las postrimerías de la colonia, el propio precursor de la independencia, Francisco de Miranda, le confesó a un funcionario colonial en Coro, en 1806, que “…su ordinario almuerzo en casa de su padre hera (sic) ayaca (sic)… que hacía treinta años que no la probaba”. Según el precursor de la independencia, eso era lo que comía regularmente en 1776, cuando Venezuela como país independiente y soberano existía sólo en la imaginación y deseo de unos pocos.

Ramón David León, en su libro Geografía Gastronómica Venezuela, de 1954, dice que la enfática frase: “las hallacas nos las comeremos en Caracas en el próximo diciembre”, tiene curso histórico en Venezuela desde los azarosos días de la guerra de independencia y la usaban por turno patriotas y realistas, según cuál de los bandos estuviese afuera. Cuando alguien en el interior del país iba a viajar a la capital para Navidad, decía que ese año las hallacas se las comería en Caracas. Esta expresión pasó al exilio en épocas de Juan Vicente Gómez cuando muchos de los que se encontraban en el exterior por combatir la dictadura gomecista ansiaban poder comerse las hallacas en diciembre en Venezuela.

A casi cien años de la muerte de Gómez, esta mala costumbre política continúa en pleno siglo XXI. Nos lo recordó el sociólogo y escritor Tulio Hernández, exiliado actualmente en Colombia, en un escrito titulado La hallaca y los escritores venezolanos, de diciembre de 2019: “Por desgracia una buena parte de los venezolanos demócratas que estamos en el exilio político expulsados por el chavismo, ya no podremos decir lo mismo. A menos a los pocos días que faltaban para que terminara 2019. Porque, al menos las hallacas de Navidad nos la tuvimos que comer afuera. Pero las del próximo diciembre, las del 2020, ¡nos las comeremos en Caracas! Mientras tanto seguiremos escribiendo sobre el tema”.

De la unidad de la oposición y una lucha organizada y responsable para salir de esto y hacer algo nuevo, mucho mejor, depende dónde nos comeremos las hallacas del futuro.

Miro Popić es cocinólogo. Escritor de vinos y gastronomía