jueves, 28 marzo 2024
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Ruina y ruindad en la CVG

De aquella CVG sólo queda el recuerdo de quienes todavía respiran en este socialismo del siglo XXI. El polo de desarrollo, creado en democracia, fue empujado hacia su más absoluta destrucción, llevándose por delante la producción de materias primas y lo avanzado en su industrialización.

Una pléyade de lo más ilustre y granado del socialcomunismo vernáculo ha dejado grabada la forma de sus posadores en los mullidos sillones que todavía quedan en las oficinas presidenciales de la Corporación Venezolana de Guayana. Seguramente también permanecen olores cruzados de costosas fragancias en estos cerrados y climatizados despachos. Igual se pueden ver una que otra chaqueta tricolor o una corbata Luis Vuitton, olvidadas o dejadas, deliberadamente, por los revolucionarios, sustituidos sin aviso, o apresados -últimamente- por mandato del poeta-fiscal, que cumple órdenes de perseguir corruptos endógenos: caiga quien caiga.

Lo cierto es que han sido tantos los nombrados y tan rápidamente des-nombrados, que un manto de anonimato ha cobijado a la mayoría de quienes no han pasado de ser sólo recién llegados. Sus nombres y currículos han quedado en puntos de cuenta y en gacetas oficiales, y ni los periodistas los han fijado, porque desde hace 24 años casi todo ha sido efímero y fugaz en lo que queda de la CVG. De los innumerables y olvidados funcionarios sólo Rangel Gómez quedó grabado. Porque también se enquistó en la Gobernación, donde completó la faena, hasta convertirse en un plutócrata al que le roncan los motores de bugattis y maseratis. Es tanta su opulencia, que se hizo construir un ranchito al lado del de los herederos de Vicente Fernández, allá en México lindo y querido.

De aquella CVG -motor de la economía, la cultura y hasta de la política regional- sólo queda el recuerdo de quienes todavía respiran en este socialismo del siglo XXI. El polo de desarrollo, creado en democracia, fue empujado hacia su más absoluta destrucción, llevándose por delante la producción de materias primas y lo avanzado en su industrialización. Esa demolición fue el final del estado de bienestar que alcanzó la clase trabadora. Esa que tuvo facilidades para comprar viviendas, cambiar de automóvil, la que logró que sus hijos estudiaran en los mejores colegios y universidades, contar con seguros para cubrir cualquier contingencia de salud, gozar de vacaciones y alimentarse adecuadamente.

Esto es lo básico en cualquier país donde se respeten los derechos humanos de los trabajadores. Pero, en Venezuela, desde la cúpula consumaron un infame genocidio laboral, al acabar con las empresas básicas que fueron empleadoras de miles de guayaneses, de quienes llegaron de otros estados y de otros países, tanto de nuestro continente como de Europa e incluso de Asia y África. Nacionales y extranjeros encontraron su espacio -vital y laboral- en esta generosa y maciza Guayana.

Pero todo se derrumbó en un poco de más de dos décadas de socialcomunismo mesiánico, sobredosis de demagogia, populismo y la más desorejada corrupción de cuanta junta directiva imponían desde los cenáculos del poder. Si bien un puñado de civiles tuvo cierta figuración en la presidencia de algunas empresas básicas -como Víctor Álvarez, José Khan o Carlos Lanz- lo cierto es que la bota militar se impuso de manera determinante. Charreteras, soles, insignias, enseñas, divisas y toda la simbología del poder militarista se enseñoreo en la CVG, para demostrar quién manda de verdad, y que en socialismo se premian incondicionalidades, por encima de la formación y la experiencia.

Pasó lo que tenía que pasar. La casta militar ahíta de poder lanzó sus torpedos directo a la línea de flotación de las empresas básicas y las hundieron en el fondo de la corrupción. Las vacas gordas fueron criminalmente ordeñadas, hasta convertir en milmillonarios a la legión de charreteados que llegó primero. La ruindad enterró a la CVG en la ruina más vil y degradante, en la que se superaron sus perpetradores y que es sólo comparable con lo ocurrido en Pdvsa.

Hoy no puede hablarse ni de vacas flacas, porque estas fueron engullidas por la corrupta voracidad de vagos, piratas, gandules, corsario e incapaces, que ostentan su condición de izquierdistas como único requisito para que los pongan “donde hay”. Lo mejor valorado en su hoja de vida es la codicia. Lo demás es irrelevante, incluso las ingentes necesidades de los obreros, que intentan sobrevivir con las pocas migajas que se deslizan de las garras de la corrupción. Los sindicatos -que otrora los defendían- fueron colonizados y llevados a su mínima expresión, hasta convertirlos en una triste y tarifada caricatura. Hoy son incapaces de impedir que usen y exploten a la clase obrera, víctima de una dictadura que ha excluido al proletariado, a quien somete al hambre y a la más humillante de las miserias.

Agridulces

Benedetti, armando la de san Quintín en su Colombia natal. Alicorado y cocainado se desinhibió demasiado y habló hasta por los codos. Amenazó a su expupila Laura Sarabia e involucró a su jefe en tejemanejes de envergadura. ¡Qué clase de diplomático!

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