viernes, 29 marzo 2024
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El Nacional, un patrimonio inmaterial

El simple hecho de adquirir ese medio impreso me hacía sentir con una fortaleza especial, como cuando te guareces debajo de una obra arquitectónica que te da cobijo y seguridad.

Tener El Nacional y leerlo se convirtió en indispensable y vital para una provinciana de Upata que llegó a Caracas a los 17. Apenas salía el sol iba al quiosco a buscar mi periódico y luego me dirigía a la institución donde estudiaba. Debo decir que el simple hecho de adquirir ese medio impreso me hacía sentir con una fortaleza especial, como cuando te guareces debajo de una obra arquitectónica que te da cobijo y seguridad. En sus páginas encontraba parte del alimento espiritual que necesitaba, en aquellos tiempos de preguntas e incertidumbres infinitas, que llenaban de inquietud nuestra existencia. Escorado a la izquierda, El Nacional, le daba a mi ideología el tipo de narrativa que llenaba de sentido mi posición política.

A mediados de los años setenta todavía el comunismo castrista, la URSS y hasta Enver Hoxha de Albania embrujaban y obnubilaban a la juventud planetaria. Llevar la franela con la imagen del Ché era casi una obligación, así como militar en los grupos de ultraizquierda que pululaban en la gran capital. Estar al lado de los condenados de la tierra era algo absolutamente necesario, para no desentonar con las sensibilidades más excelsas que nos guiaban en nuestra andadura hacia el paraíso comunista.

En El Nacional encontrábamos a estos ductores, que con su verbo nos hacían entender que estábamos en el lado correcto de la historia. Periodista y columnistas exponían sin cortapisas su posición como activistas y militantes de la izquierda vernácula. Aunque otras plumas más moderadas tenían cabida, la lectura en tiempos de juventud siempre busca coincidencias para alimentar posiciones ya tomadas. Ser de derechas -adeco o copeyano- era algo que no pasaba por la febril imaginación de unos extremistas, pues los veíamos como seres inferiores.

Aquello era muy importante, pero otras cosas nos ataban a ese medio fundado el 3 de agosto de 1943 por Miguel Otero Silva y su padre Henrique Otero Vizcarrondo, cuyo primer director fue el gran poeta Antonio Arráiz. Este triunvirato marcó a este medio, porque le dio un matiz particular frente al resto de la prensa escrita. Su diagramación, el tipo de fuente, su variedad de cuerpos con temáticas específicas, hacían de la lectura una experiencia única e irrepetible.

Darle un espacio tan relevante a todo lo que tuviera que ver con el arte convirtió a El Nacional en una escuela, en la que recibías una valiosa información de verdaderos expertos en cine, teatro, literatura, artes plásticas, danza, música. Era una guía y una fuente de conocimiento para los lectores. En sus páginas se dieron a conocer los más destacados artistas y hacedores de cultura de Venezuela, Latinoamérica y del resto del mundo.

En su sección de opinión conocimos las más destacadas figuras del pensamiento, análisis y crítica del país, con una sólida presencia de pensadores relevantes de otras nacionalidades. Empezamos a leer con pasión a los de nuestra preferencia, que esperábamos cada semana, el día estipulado para cada uno de ellos. Con furor le dedicábamos el tiempo necesario para disfrutar de estos columnistas, que desplegaban su talento al abordar temáticas de muy variado tenor.

Mención especial merece el Concurso de Cuentos de El Nacional. En este participaron nuestros más importantes escritores y se dieron a conocer los talentos emergentes, que buscaban hacerse un hueco en el selecto y elitesco mundo de la creación literaria. Jurados y concursantes eran siempre de primer nivel, y los cuentos ganadores los esperábamos con ansias, para degustarlos como al mejor plato en un restaurant de lujo. Esto ocurría cada 3 de agosto como parte de la celebración del aniversario de El Nacional.

Este medio ha sido víctima del salvaje y primitivo acoso de este despotismo socialcomunista, que tiene 22 años destruyendo la valiosa arquitectura comunicacional, erigida por demócratas e intelectuales, defensores de la libertad de expresión, de pensamiento y de conciencia como Miguel Otero Silva, David Natera Febres, Teodoro Petkoff o Miguel Ángel Capriles, entre otros.

Para una mentalidad saqueadora -centrada en la obtención del botín- apropiarse de lo concreto es lo más importante. Les cuesta entender -afortunadamente- que El Nacional es un patrimonio espiritual: un vigor y una energía, un esfuerzo y un ingenio y una potente inmaterialidad, que no podrá ser arrasada por charreteras oxidadas, agavillada con entogados cooperantes.

Agridulces

Aquí no existe un plan de vacunación con criterios científicos para el pueblo venezolano, lo que sí está activo es ese afán de control social -en forma de chantaje- para el que usan las vacunas rusas y chinas.

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