jueves, 28 marzo 2024
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CLAP: contraseña decembrina de los elegidos

La neolengua de la revolución bonita es harto famosa y conocida, lo que pudiese bastar para entender cualquier acrobacia del discurso del PSUV, que en esta ocasión obliga, por mayor depresión económica, miseria social extendida, inexistencia de autoridad y gestión pública, radicalizar la forma como estos elementos martirizan la vida guayanesa.

 

@OttoJansen 

Prólogo.

Los días que ya corren hacia las que una vez fueron ruidosas fechas navideñas en la Venezuela pasada (con faenas de récords en las producciones de aquellas empresas básicas de Guayana que permitían utilidades cargadas de regalos), hoy, en este acontecido 2020, tienen su mejor termómetro en las palabras de los jefes de la revolución, clasificando a todo pulmón (en la campaña de las muy cuestionadas elecciones parlamentarias), a los que podrán comer y a los que no a partir del 2021.

La neolengua de la revolución bonita es harto famosa y conocida, lo que pudiese bastar para entender cualquier acrobacia del discurso del PSUV, que en esta ocasión obliga, por mayor depresión económica, miseria social extendida, inexistencia de autoridad y gestión pública, en la forma como estos elementos martirizan la vida guayanesa. El lenguaje sin embargo no importa tanto como sí lo es apreciar el ambiente en el que la afirmación sobre la comida fue pronunciada.

Primer acto.

Once y tanto de la mañana.

El lugar es un estadio deportivo que es imagen fantasmal de las décadas en que existían las motivaciones recreativas y sociales de la empresa Venalum, con sus trabajadores y la comunidad. El sitio se encuentra cercado por un sinnúmero de autobuses que claramente transportan pobladores de los municipios cercanos; llama la atención que las comunidades de Caroní tienen poca representación en comparación con el volumen de “invitados” foráneos. Pero sí hay un número importante de militantes de la revolución que hacen la “fiesta electoral” evadiendo el solazo guayanés de la hora, con el licor picante que corre entre los grupos, y algunos con el lunch que les han repartido y que otros guardan. Muchos de estos vecinos son los auténticos candidatos. Buen número de “dirigentes” del partido revolucionario son comparsa, y a quienes les otorgaron las siglas de las organizaciones que fueron de la oposición no calzan los puntos para compañía de la mañana. Es lo que repiten en los corrillos bajos los árboles que se sitúan en las avenidas, al igual que expresan -en verdad solo un grupo- que no ven el día, pero que “ya está llegando”, en que finalmente sea apresado Guaidó.

Pero son los candidatos verdaderos, explico, porque integran a los jefes de calles de las barriadas (mayoritariamente mujeres) en la distribución de las bolsas o cajas de comida: especies de alguaciles de la revolución, que se encargarán -se entiende por lo que dice el diputado capitán- de velar para que solo los vecinos revolucionarios comprometidos puedan comer y no se desvíen los recursos alimenticios a los que apoyan al imperialismo. Ahora, el acto presenta un volumen de asistencia del resumen más resumido (en términos de la jerga minera) del sector popular. No está allí el colorido de las expresiones comunales. No hay representación de profesionales, a pesar de la presencia de los organismos oficiales. La asistencia de los trabajadores no es destacada: está de alguna manera tragada por la masa de las otras localidades. De la unión cívico-militar se observa solo a los efectivos que cuidan con sus pertrechos reglamentarios a los dirigentes nacionales, desde las terrazas de los edificios circundantes.

Segundo acto.

Son las doce y media.

Las palabras. “Creo que fue como a esa hora, aunque con exactitud no puedo decirlo porque el sol impedía concentrarse”. Ahí apareció el discurso sobre “el que no vota, no come”, pero no hubo ninguna reacción especial. “Quizás porque el resplandor era inclemente. ¿Quién puede pensar?”, justifica quien nos ofrece detalles del acto.

El panorama no tiene nada de mitin alegre y convencido -nos dicen-. No nos cuesta creerle porque impacto en la ciudad no hubo. La explicación tiene que ver con la semana de flexibilización por la pandemia del coronavirus, que tampoco tiene atención (cosa grave) del grueso de la población pendiente de los vaivenes del dólar: “Se consigue a la venta pero con precio menor. Es lo que viene ahora”. Manifiestan en las colas de la gasolina (reducidas a surtir dos días de esta semana en Bolívar) y con la preocupación general de obtenerla. “Los partidos que se dicen opositores que participan en las parlamentarias de Maduro están ofreciendo a la venta sus cupos de surtido; para quien quiera comprarles”. Pero por supuesto las cartas sobre enero y el futuro no le dicen nada a quienes buscan alientos en que el régimen no termine de imponer su tenaza a la ya insufrible situación de Venezuela.

Guaidó, que desde la condición de presidente interino apoyado por la comunidad internacional y la Asamblea Nacional ha bregado la transición sin resultados, que viene impulsando la consulta popular para las próximas semanas con el objetivo de que el país levante una vez más la voz, no solo es acechado por los cuerpos de seguridad sino también por los que una vez fueron sus compañeros de ruta y representaron esperanzas de cambios profundos. Hasta la Iglesia, que tronó duro contra las aberraciones del socialismo, parece impulsar la “nueva normalidad” de puentes o acuerdos y olvidarse de la propuesta del Estatuto de Transición y del gobierno de emergencia y, claro, igualmente de Juan Guaidó. La orfandad nacional de resistencia democrática se palpa en la antesala de la navidad.

Epílogo.

El polideportivo volvió a quedar solo con el sol. Los asistentes retornaron al barrio con alguna bolsita de comida y el lunch. Los jefes de la revolución continuaron hacia el estado Monagas. Las noticias internacionales y el resquicio de prensa independiente que todavía tenemos, se hizo eco de la nueva contraseña del CLAP.