jueves, 28 marzo 2024
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Memoria borrosa

Hoy día se sigue recostado de unas conversaciones entre las partes, que no son bienvenidas y solamente sirven para hacer turismo de lujo. Una de las puntas debería ser consciente y reconocer que a la otra le importa un bledo la opinión de tengan sobre ella, mientras detenten el poder, sin solución de continuidad.

Un pueblo cuyas instituciones, públicas y privadas, están en gran parte corrompidas, no tiene futuro (Maquiavelo).

Han pasado cuatro lustros y un pico de garza desde que nos arropara el siglo nefasto iniciado con la candidatura presidencial de un individuo que anuló la capacidad de discernimiento de toda una nación. No se puede negar que unos numerosos notorios, convertidos en notables oportunistas, abogaron por el reconocimiento de la epifanía política representada por una suerte de estafador disfrazado de redentor omnisciente. El paripé montado por un hábil cultor histriónico mimetizado en círculos de poder donde sus artimañas pasaban inadvertidas por lo doméstico de los actos, graciosos y poco relevantes; más bien aplaudidos y ponderados ocasionalmente por miembros de su contorno, escasos de malicia y desacostumbrado a la traición programada. Al estilo Fidel.

No obstante, hubo personajes cercanos al presidente de la época que le advirtieron, sin éxito, el desarrollo del mal que acechaba. Predominó el exceso de autoconfianza y la seguridad de que la gestión realizada era inobjetable. Al mejor cazador se le va la liebre. La liebre fue tan taimada y embustera que logró hacer pensar que no era posible llevar a cabo lo ofrecido entre chanzas y risas. Se veía y no se creía. No, vale, yo no creo. Venezuela ingenua.

En vista de tal facilidad y laxitud de criterios, comenzó la invasión silenciosa, pero no tan discreta, de una variedad de menesterosos ideológicos malsanos y dañados en lo más profundo de sus almas. Fue fácil, porque la tolerancia social elástica y ajena a las lides con enemigos fogueados en el arte de la trampa, la apariencia y el engaño, no daba crédito a los acontecimientos. Sin embargo, casi al inicio del desastre, hubo gente y movimientos en contra de la barbarie que se avecinaba; y en verdad, si no hubiera sido por malas decisiones y personas con deformaciones mentales, se habrían ahorrado años de retraso en todos los aspectos de una nación apreciada como la joya de Latinoamérica. A medida que avanzaba la destrucción organizada del país en cada estructura, se cometieron un sinnúmero de errores en gran escala; sobre todo políticos e institucionales.

El Congreso Nacional del 2015, integrado por mayoría no contaminada aparentemente, por haber sido votado sus miembros por el pueblo, no actuaron acorde con su mandato, porque ni sancionaron leyes beneficiosas para el país ni derogaron aquellas cuyos nombres rimbombantes nada aportaban a la nación; solo le daban más vuelo a la perturbación ocasionada desde las alturas. Aunado a esa displicencia, no quisieron o pudieron enfrentar al tribunal supremo (sic), bufete del gobierno, para detener los arbitrios de un poder que no dependía de la voluntad del soberano sino de las componendas de conveniencia y las órdenes recibidas.

La oportunidad del interinato no fue aprovechada; el interino necesitaba mucho apoyo, porque su inexperiencia pública y juventud no lo sustentaban suficientemente, por lo tanto era imperioso darle absoluto soporte en su gestión. No obstante, lejos de esa premisa, los necesarios colaboradores se conformaron con observar el desempeño y continuar la lucha, no contra el enemigo común, sino entre ellos en la búsqueda de las simpatías populares, con miras al futuro. El corolario de esa actitud resultó en la defenestración injustificada del interino, lo cual de nada bueno sirvió. Realmente no hubo ninguna buena intención que significara algún avance en la dirección adecuada. Acusaciones y detracciones de toda clase han circulado en torno a la molestia que significaba tenerlo en primera plana. Es la única explicación, porque nadie en su sano juicio podía ignorar la realidad y el hecho de que el personaje era la cabeza visible más resaltante de la situación. No faltaron la envidia y la mezquindad.

Hoy día se sigue recostado de unas conversaciones entre las partes, que no son bienvenidas y solamente sirven para hacer turismo de lujo. Una de las puntas debería ser consciente y reconocer que a la otra le importa un bledo la opinión de tengan sobre ella, mientras detenten el poder, sin solución de continuidad. Inclusive si permiten elecciones, no piensan en salir de ninguna parte y a ningún lado. La consigna oficial es sencilla: estoy convencido de mí éxito, creo hacerlo bien y no tengo por qué cambiar. Lo normal es que haya gobierno y oposición, dice la regla democrática. Y aquí todo es democrático, inclusive lo que no parece.

Molesta el cambio sufrido en Venezuela, pero más la actitud de muchos actores perfumados con alcanfor que han asumido la misma actitud de incomprensión de la realidad. Decía una mente pensante: si haces siempre las cosas de la misma manera, siempre obtendrás el mismo resultado.

Quizás la sociedad no se ha paseado por algo lamentable y triste, como son la pérdida de dos generaciones durante este tiempo, una la nacida desde que comenzó la tragedia; y la otra que ha tenido que pasar sus años más fértiles y productivos lidiando con la desgracia de envejecer bajo la impronta de esta bochornosa y castrante ideología.

“Y la verdad es que nosotros no podemos pensar, en estos momentos precisos, en organizar una acción violenta que venga de los cuarteles a la calle, porque la inmensa mayoría de los oficiales afectos a las ideas democráticas han sido dados de baja, o no tienen mando de tropas, o están en la cárcel o el destierro, o traicionados por el tirano. Si no es posible organizar una acción de este tipo, (…), no nos queda como posible sino la acción popular de masas, constante, valiente, perseverante. Esa acción debe ser conducida hacia una encrucijada en que ya no sea tolerable por el país la existencia de un régimen de usurpación, y la cólera popular se exprese en forma tan avasallante que ya no puedan detenerla las bayonetas” (R. Betancourt).

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