lunes, 13 mayo 2024
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Feria de errores

Si la gente todavía ve un país con circunstancias favorables para un entendimiento razonable entre sinceros opositores y los de la acera de enfrente, debe revisarse la vista con prontitud, antes de que las cataratas avancen aún más. | Foto cortesía

La única institución legal y legítima en el país es la Asamblea Nacional electa en el 2015. No hay otro ente que represente a la supuesta república que todavía lucha por sobrevivir a la arremetida rabiosa de fuerzas destructoras planetarias. En las circunstancias muy particulares del concepto político del régimen, que quiere aparentar ser algo que en realidad no tiene apelativo racional, es argumentación inútil y distractora discutir o invertir tiempo, inclusive académico o especulativo, para determinar teóricamente el estado jurídico de ese poder de la trilogía estatal aceptada. Es verdad que en un estado de derecho donde la seguridad jurídica prima, la cuestión debería debatirse, pero en esta situación que nos agobia hace varios lustros, es poco menos que ingenuo o sesgado emplear neuronas en el tema.

El asunto es todos contra Venezuela; pero no solo contra nosotros, sino abarca al mundo occidental civilizado y en franco progreso social, político, jurídico, científico, económico, religioso, étnico y humanitario. Claro, los enemigos de esos conceptos sanos estigmatizan y desprecian cualquier avance en ese sentido.

Debemos tratar de asimilar que este régimen no tiene ninguna intención ni interés en cambiar de rumbo, o ceder en sus ambiciones de implantar una fórmula geopolítica adversa totalmente opuesta a la forma de vida como la conocemos, con sus altibajos, en los últimos siglos.

Desafortunadamente la AN se ha dedicado a los considerandos, acuerdos y resoluciones en lugar de sancionar leyes convenientes y derogar aquellas dañinas, las cuales en veinte años no han hecho sino perturbar la democracia y las libertades republicanas en todos los aspectos. Desde que fueron electos están bajo fuego y no reaccionaron a tiempo mostrando lo que encarnaban, simbolizaban y representaban.

Declarados en desacato y sus actos como nulos se conformaron con discutir y protestar el atropello, en lugar de repicar con fuerza y desautorizar a los organismos judiciales y ejecutivos en sus actos arbitrarios e irrespetuosos al pueblo y al estado de derecho anterior a esta época de desgobierno integrado por ácratas nacionales e internacionales.

Cuando de allá les mostraron los dientes, ellos pudieron haber sacado las garras de la ley ejerciendo sus atribuciones con todo el peso que les confiere la Constitución vigente, sin importar el reconocimiento o no de los otros poderes. Al cabo no hicieron caso ni acataron los exabruptos a los que quisieron someterlos o doblegarlos. Ni estaban tan acosados como ahora. Por tanto, había que ser más firmes y concluyentes con los actos emanados de su seno, para hacer sentir al enemigo inseguridad y desenmascaramiento de su mal proceder.

Se comprende que entre los diputados opositores hubo diversidad de criterios partidistas y particulares que impidieron una oposición coherente, con unidad de propósito y enfilada hacia el mismo objetivo: salir del gobierno.

Los protagonismos, el quítate tú, para ponerme yo, las vanidades infundadas, los personalismos y las traiciones apadrinadas con dinero robado a los venezolanos, ayudaron a diluir la esperanza.

Transcurrido el tiempo desperdiciado, la dictadura se ha afianzado en imponer lentamente su proyecto comunal, comunista, socialista, clasista, castrista, partidista, exclusivista, controlador, y sobre todo enfermizo. No es solo una apariencia; basta leer la cantidad de bodrio enunciado como próximas leyes a ser debatidas en una asamblea espuria que anda rodando por allí.

Ahora, además de las individualidades desintegradas, tenemos a las cúpulas empresariales rindiéndose ante los cantos de sirenas emitidos por la contraparte. Se nota que no hemos aprendido de la experiencia pasada, cuando notables, periódicos, televisoras, fuerzas de producción, políticos y partidos, sin mencionarlos a todos, se volcaron a respaldar a un personaje nefasto que los engatusó sin ninguna vergüenza ni remordimiento, y los obligó a poner rodillas en tierra por haber tenido la osadía de creer que lo podían manejar. Claro, solo no tenía la capacidad, pero bien apoyado y patrocinado por otras potencias malignas tuvo suficiente fuelle para iniciar el caos.

En resumen: si la gente todavía ve un país con circunstancias favorables para un entendimiento razonable entre sinceros opositores y los de la acera de enfrente, debe revisarse la vista con prontitud, antes de que las cataratas avancen aún más.

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