jueves, 28 marzo 2024
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Barril de agua, no de petróleo: la pesadilla en Guayana

La diferencia a esta fecha es que la situación se ha profundizado a niveles de sequía (en Ciudad Guayana ya es notorio), que palían los vecinos con los pozos que han proliferado, y lo otro es que las autoridades ahora brillan por su indiferencia y falta de pudor.

@OttoJansen

La larga tradición petrolera, considerando el desarrollo que lograron el país y las regiones con sus desequilibrios, debería servir, con la espectacular caída de los precios de repercusión mundial esta misma semana, para al menos tensar el asombro y la preocupación colectiva sobre el porvenir de la nación. Pero claro, acogotados por la pandemia del COVID-19, desde el manejo cuartelario y dictatorial del régimen revolucionario que no depone su intransigencia sobre los derechos, la democracia y el cumplimiento de la Constitución, imbuida la atención de la sociedad por la catástrofe hiriente y directa en todas las áreas, con padecimientos que se profundizan sin aparente aliento de soluciones inmediatas, los venezolanos quedan supeditados a la exclusiva dedicación de la sobrevivencia. No es nada impactante por lo tanto que los habitantes de la extensa Guayana enfoquen sus muchas angustias en la adquisición de la comida, donde no hay garantía de posibilidades por la hiperinflación y la desaparición de los salarios; y lo otro, igual de apremiante, lo constituya procurar a como dé lugar obtener el servicio de agua potable. Un servicio colapsado por varios años, sin gota alguna en porcentajes que superan el tercio del total de residentes de las poblaciones guayanesas. Es la pesadilla de la drástica involución de la calidad de vida, tan amenazante como el coronavirus, pero aunado a la pandemia para establecer un escenario de mayor adversidad.

Desde el año 2009, aproximadamente, ya los municipios más distantes, caso de Cedeño, Piar, Roscio, El Callao y Sifontes, y sectores de Heres, comenzaron a resentir la falta del servicio de agua; la diferencia a esta fecha es, por un lado, que la situación se ha profundizado a niveles de sequía (en Ciudad Guayana ya es notorio), que palían los vecinos con la proliferación de los pozos perforados, y lo otro es que las autoridades locales, la hidrológica y el Gobierno nacional, que hacían anuncios casi todos los días de supuestas soluciones mientras se observaba una que otra inspección, ahora brilla por su indiferencia y falta de pudor. Murieron las inversiones y los proyectos en la región, tal como lo dice el coro nacional, de los ríos más caudalosos e impresionantes de Venezuela.

Mi panadería es la venta de agua

Quizás el agua, más que el petróleo, como siempre se ha imaginado una nueva conflagración mundial, ya alcanzó en nosotros la destrucción de la sociedad moderna. No es poca cosa. Por ejemplo, hay un aumento desmedido de carruchas que pueblan la calle Colón, una extensión singular de comunidades en el sector La Sabanita, de Ciudad Bolívar (la parte alta de esa comunidad hace vigilia de madrugada a las llaves y grifos), con el único fin de transportar agua de donde es posible rescatar lo que por tuberías no llega. Pero no es el único sector, ni municipio: en Los Próceres la gente hace lo mismo, igual que en El Perú, Agua Salada, parroquia de barriadas y urbanizaciones populares. La crisis muestra a lo largo de las horas del día (recortado por el horario de cuarentena) vecinos recorriendo largos trechos para llevar el agua al hogar. En el municipio Caroní, tanto en Puerto Ordaz como San Félix, se evidencian frecuentemente los cortes, siendo parroquias como Vista al Sol, con procesión de humildes voces y de curtidos dirigentes sociales, los que reclaman; igual Nueva Chirica y 25 de Marzo; comunidades que integran una cuarta parte de la población de Ciudad Guayana, donde la situación colapsa ambientes sanitarios aceleradamente.

En la región hay que encaminar el futuro inmediato sin tantos diagnósticos de la retórica política o técnica. Las soluciones estructurales, que tienen que contemplar, por ejemplo, hurgar sobre el destino de cuantiosos presupuestos aprobados para el servicio, cuyos destinos no tienen explicaciones: el estado de abandono de las bombas de propulsión del Acueducto del Oeste del ahora municipio Angostura del Orinoco, por citar un caso. Encaminar el futuro de las resoluciones concretas que pasan por la convocatoria del Gobierno de Emergencia Nacional que plantea la Asamblea Nacional, con el respaldo de la comunidad internacional. Esto significa que las vecindades, en mayoría absoluta, que transportan sus pipotes de agua, tendrán que redoblar su máximo esfuerzo para presionar por el derecho a la vida. No tendremos soluciones definitivas, sabiendo que el infierno puede entronizarse, todavía más, con los cuentos repetidos de la usurpación revolucionaria, además de lo que puede deparar la COVID-19.

En Las Flores, de Agua Salada, un vecino que sostuvo su panadería artesanal, durante cierto tiempo, hoy abandonado el horneado de pan es, sin embargo, el emprendedor más solicitado; la razón: tiene punto de venta y un pozo profundo, a donde acuden los residentes a la compra de su perol de agua. Comentan, en la espera de la fila, sobre cómo será ahora el valor del barril de petróleo venezolano y la venta de alimentos con un dólar imparable. No se escuchan explicaciones convincentes; lo que sí saben es que el tambor de agua lo venden los camiones a 60 mil bolívares en efectivo y que el general Justo Noguera anunció recientemente que tenía un acuerdo con los camiones cisternas (desaparecidos del sistema de distribución de agua gratis del ejecutivo regional) para que lo cobraran a 40 mil (¡caramba, qué diferencia!, gritan). Por supuesto nadie en el sector, ni en la ciudad, ni en todo el estado Bolívar, cuenta con eso.